Parábola del hombre que tenía sed

Parábola del hombre que tenía sed

Parábola del hombre que tenía sed

Una vez era un hombre que viajaba por el desierto y erró el camino y se perdió y llegó a faltarle el agua. Entonces sintió una sed horrible y quiso calmarla, pero no halló fuente alguna donde pudiera beber.

De repente recuerda que cerca de allí viven tres solitarios entregados a ásperos ayunos y duras penitencias. El hombre, que se moría de sed, se encamina hacia allá y, cuando llega a la puerta del primer solitario, dice:

—Por favor, hermano, perdí el camino y la sed me devora, ¿podías darme un poco de agua para calmarla?

Y el solitario, muy solícito, desde su celda dice al viajero:

—Todo lo que tenga mi calabaza será para ti.

Pero el solitario sacude su calabaza y comprueba que está vacía.

—Lo siento, viajero —responde el solitario volviendo boca abajo su calabaza—, no queda ni una sola gota de agua.

Y el hombre, que se moría de sed, se aleja de allí bendiciendo al hombre que había querido ser generoso y no pudo.

Y desde allí el hombre que tenía sed se dirige a la otra celda del segundo solitario y le implora su caridad:

—Por favor, hermano, perdí el camino y la sed me devora, ¿podías darme un poco de agua para calmarla?

—Espera que beba yo primero —responde el segundo solitario— y si queda puedes beber hasta saciarte.

Y el segundo solitario aupó su calabaza y bebió, pero tenía tan poca agua que no quedó ni una gota para remediar la sed del pobre viajero.

—Lo siento, hermano —dice el solitario—, pero ya ves que no queda nada.

Y el hombre que tenía sed se aleja de allí llorando porque el triste solitario estaba dominado por el egoísmo.

Y desde allí el hombre que se moría de sed se dirige a la otra celda del tercer solitario y, clamando a su puerta, dice:

—Por favor, hermano, perdí el camino, y la sed me devora, ¿podías darme un poco de agua para calmarla?

Y el tercer solitario, que estaba postrado por la fiebre, se levantó en seguida para recibir al viajero, y le dice:

—Mi calabaza está vacía, porque tuvo necesidad de ella el otro hermano; no obstante, si puedes esperarte un poco puedo traértela al momento.

Y sin esperar respuesta, el tercer solitario sale con su calabaza a buscarla.

Pero la roca donde el solitario acostumbraba a llenar su calabaza es escabrosa y como va minado por la fiebre y las penitencias tropieza en el camino y rueda por una pendiente quedando malherido. Sin embargo, logra levantarse, llena su calabaza y regresa a su celda con santa alegría

—Hermano, aquí tienes tu agua, ya puedes beber hasta saciarte.

Y dicho esto expira. El hombre que se moría de sed vacía la calabaza del santo solitario y con el agua lava sus heridas y el resto lo derrama en libación de sacrificio, y no lo bebe porque, siendo el precio de una caridad tan grande, no quería él profanarlo. Y el hombre a quién devoraba la sed se marchó de allí sin probar una gota, pero alababa a Dios que hizo todas las cosas y también el agua.

Y dicen los anales de los santos solitarios que donde el viajero hizo la libación del agua brotó una fuente hermosa donde los dos solitarios vinieron a lavar, el uno, su comodidad, y el otro, su egoísmo.

Y desde entonces los dos solitarios recordaban cada día la memoria del tercero, que había comprendido el secreto de la verdadera caridad.

Cuentos escogidos (de la literatura universal)

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