Los grandes antepasados de los indios de América

Imperios

Los grandes antepasados de los indios de América

Después que Colón descubrió América, hombres duros y valientes, decididos a correr cualquier riesgo, se aventuraron a las regiones costeras y a las islas de Centro y Sudamérica.

Los exploradores estaban preparados para encontrarse con feroces tribus de indios. Pero lo que no se esperaban y hallaron en distinto grado de evolución, fueron tres grandes imperios, donde vivían pueblos de civilización muy antigua: los mayas, los aztecas y los incas.

Los mayas, campesinos y astrónomos

Los mayas eran el más antiguo de los pueblos que habitaban América Central y del Sur. Su historia comienza mucho antes de Cristo, y está llena de aventuras. Provenían de una región situado al sur de México, donde hoy se hallan los países de Honduras y Guatemala.

Después de una larga migración, permaneciendo durante años en varios lugares, luchando contra tribus enemigas, se desplazaron hacia el territorio mexicano y llegaron hasta la península aún salvaje de Yucatán.

Allí el pueblo se estableció, derribó la selva para obtener tierras de cultivo, fundó sus ciudades, de nombres extraños, comenzó a construir los monumentos que, muchos años después, dejarían pasmados a los españoles. Pero éstos, cuando subieron las escalinatas de los monumentos y se acercaron a los altares que estaban en la cúspide, los vieron rojos de sangre: efectivamente los mayas sacrificaban víctimas humanas a sus dioses, espe-cilmente a Cuculcán, la serpiente emplumada.

El de los mayas era un raro imperio, donde la población estaba dividida en dos clases: la de los científicos-sacerdotes y la de los campesinos. En la época comprendida entre la siembra y la cosecha del maíz (la planta fundamental en la economía del pueblo maya) los campesinos debían trabajar a la par de los esclavos en las obras edilicias. Los bloques y las esculturas se arrastraban sin medios de transporte, sin bestias de tiro (los mayas no conocían la rueda ni el caballo), y las ornamentaciones en relieve no se efectuaban con hierro, cobre o bronce (desconocidos para aquel pueblo), sino con instrumentos de piedra.

Por otra parte, los estudios de los científicos-sacerdotes se hacían cada vez más misteriosos y difíciles, y se descuidaban las necesidades materiales del Estado. En efecto, el científico maya creó el calendario más perfecto que jamás haya existido, pero no supo inventar un utensilio de los más simples: el arado. Y este estado de cosas, juntamente con las discordias internas, llevó al imperio a la decadencia: cuando los españoles llegaron a Yucatán la civilización maya se estaba extinguiendo lentamente.

Los aztecas, bárbaros y civilizados

El 16 de agosto de 1519 el español Hernán Cortés partió al mando de 600 hombres desde la ciudad de Villa Rica de la Vera Cruz, para apoderarse de México. En su camino esperaba encontrar aldeas de bárbaros, mas vio surgir, en cambio, en la llanura, delante de sus ojos, gigantescas ciudades con templos y palacios: estaba entrando en el imperio azteca.

Hacía casi cuatrocientos años los aztecas habían llegado a aquellas tierras, provenientes del norte, y las habían conquistado a fuerza de batallas feroces contra las tribus que las ocupaban.

Obedecían a una religión cruel, cuyo rito principal era el sacrificio humano; y cuando no tenían enemigos o prisioneros que matar, sacrificaban mujeres jóvenes de su propia raza.

Sin embargo, no creamos que los aztecas eran sólo un pueblo de guerreros sanguinarios de costumbres crueles. Cortés tuvo que reconocer que sus escuelas eran mejores que las españolas, que los sistemas de transporte, de comunicaciones, de construcción de edificios, ciertamente no eran obra de salvajes. Pudo ver diques, caminos, acueductos como aras veces había visto en Europa.

México, la capital, era una ciudad inmensa de más de 65.000 casas, con grandes palacios, torres y teocallis, es decir, templos grandiosos en forma de pirámide. Sin •embargo, la horrible característica de la religión azteca, los sacrificios humanos (según Cortés, en un solo día se habían matado 20.000 personas), y el deseo de apoderarse de las riquezas fabulosas impulsaron a los españoles a destruir el gran reino de México.

Los incas, los civilizadores

Justamente trece años después otro aventurero español, Francisco Pizarro, desembarcó en las costas del Perú, para intentar la conquista del fabuloso y poderosísimo reino de los incas.

Originalmente los incas eran humildes tribus de pastores provenientes de diversas zonas y concentrados en un valle grande del Perú central. Allí habían fundado su capital, Cuzco, y poco a poco se habían convertido en un reino.

Desde sus montañas altísimas habían avanzado en todas direcciones, ocupando las regiones que hoy son Ecuador, Bolivia, el norte de Chile y parte de la Argentina. Pero esas columnas de hombres de rostro oscuro y de cabellos negros y lacios que blandían hachas de bronce, mazas y lanzas de cobre (los incas no conocían el hierro ni tampoco la rueda) no llevaban la destrucción y la muerte como los aztecas.

Los incas difundieron nociones de agricultura: eran expertos en el cultivo del maíz, del poroto y scbre todo de la papa. Además enseñaron cómo urdir la lana, la tintura de los tejidos, la construcción de los canales para riego, la extracción de los metales y su uso, la aritmética y muchas otras cosas.

En las montañas poseían palacios inmensos en forma de terrazas, donde residían sus reyes, considerados semidioses e hijos del Sol, delante de los cuales debía comparecerse descalzo y con una piedra al hombro. Los templos estaban recubiertos de planchas de oro de varios centímetros de espesor.

Adoraban a varios dioses, pero la religión propiamente inca era el culto del Sol (Intí), al que habían consagrado muchos templos, como el de Coricancha, una denlos más importantes. Seguíale en categoría la Luna (Quilla), hermana y esposa del Sol, llamada también Coya (reina).

Y así vivían, creando grandes obras de arte, canales, acueductos, llevando su civilización a miles de kilómetros al sur de Cuzco; hasta el día en que los hombres de cara pálida, cubiertos de armas pavorosas y terribles, subieron hasta sus ciudades desde el mar: con ellos llegó el fin.

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