Un pez en la mano
El pescador se pasó toda aquella tarde de verano en las riberas del arroyo y usó como cebo los más selectos gusanos, pero no atrapó un solo pez. Al alargarse las sombras, se dispuso a guardar sus bártulos y regresar a casa. De pronto, sintió un tirón en su caña. La sacó bruscamente… y vio que en el anzuelo había únicamente un pez tan pequeño que apenas si valía la pena de freírlo.
-Perdóname la vida! ¡Perdóname la vida! -gritó el pececito-. ¡Soy tan diminuto! Vuelve a tirarme al arroyo y dentro de un mes seré mucho más grande y podrás pescarme y darte un banquete.
Pero el pescador se echó a reir. -¡No! Ahora estás en mi poder -le dijo, meneando la cabeza-. Pero si te vuelvo a arrojar al agua, me gritarás: «¡Buen pescador, atrápame si puedes!» ¡Un pez en la mano vale por dos en el arroyo!
Y después de decir esto, el pescador mató al pez y lo puso en el cesto, a fin de llevárselo a su casa para la cena.
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