Los dos campos
Cuento indio
Largo tiempo atrás, había dos territorios, uno junto a otro; dos campos de inmensa superficie y divididos por un río cristalino. Sus orillas en cierto paraje perdíanse apaciblemente en suave declive, y el agua límpida y tranquila formaba allí un gran lago y además un vado que facilitaba el paso para la otra orilla.
Trasparentes ondas azules dejaban ver el, fondo dorado del lago, donde crecía el loto cuyas flores rosadas y blancas cubrían la superficie del agua. Allí revoloteaban mariposas de múltiples colores, y en la playa, posados sobre las palmas o volando, cantaban millares de pajarillos con sus vocecitas argentinas. El vado permitía pasar de un campo al otro: del «Campo de la Vida», al «Campo de la Muerte». Los dos los había creado el grande y omnipotente Brahmá (1), que los entregó respectivamente, el campo de la Vida, al buen Vishnu, y el de la Muerte, al inteligente Siva, diciéndoles: «Obrad según vuestro mejor juicio».
En el campo de Vishnu bullía la Vida. El sol comenzó su curso; los días y las noches se seguían unos tras otros; la mar daba señales de su movimiento alternativo de ascenso y descenso; en el firmamento se acumulaban nubes fructificantes; plantas, animales y hombres poblaban la tierra, y a fin de que éstos jamás se extinguieran, creó Dios el Amor.
Pero Brahmá llamó a Vishnu, y le habló de esta manera: «Ya que no es posible que puedas hacer otra obra mejor en la tierra, ve y descansa, abandonando á sí mismos a aquellos seres que llamas hombres, a fin de que sigan tejiendo el hilo de la Vida sin otro auxilio que sus propios esfuerzos».
Vishnu cumplió la orden de Brahmá, y desde entonces los hombres cuidaban de sí mismos. Sus ideas alegres producían el contento, y las tristes, el dolor. Asombrados veían los hombres que la vida no era un estado de placer continuo, y que el hilo mencionado por Brahmá, lo tejían dos parcas, de las cuales la una mostraba un rostro alegre y risueño, mientras que al de la otra lo empañaban las lágrimas.
Por tal causa, se presentaron ante el trono de Vishnu, quejándose de esta manera: «¡Oh, señor! ¡Pasar esta vida llena de tristezas, es penoso!»
Pero él les contestó: «Buscad consuelo en el amor».
Consolados se fueron y eran felices en el amor.
Pero el Amor es un creador poderoso de Vida nueva, y aunque la superficie de la tierra de Vishnu era muy grande, el número de gentes aumentó inmensamente, de manera que casi ya no encontraron alimento suficiente en las bayas de los arbustos silvestres, en la miel de las abejas y frutas de los árboles. Los más Inteligentes principiaron á desmontar selvas, a cultivar tierras y a sembrar y cosechar cereales.
Así principió el Trabajo sobre la tierra. En poco tiempo todos se refugiaron en él, y el Trabajo no fue sólo el fundamento de la Vida, sino en cierto modo la Vida misma.
Pero al Trabajo lo seguía el Cansancio, y los hombres se presentaron otra vez ante el trono de Vishnu.
«Señor — exclamaban: — El Trabajo debilita nuestros cuerpos y arruina nuestros miembros.
Quisiéramos descansar; pero la Vida nos obliga a trabajar».
Vishnu repuso: «El gran Brahmá no admite que siga desarrollando la Vida; sin embargo podré hacer algo en el sentido de producir una compensación por medio de interrupciones de la vida que signifiquen reposo».
Y entonces creó el Sueño.
Los hombres saludaron con alegría infinita la nueva dádiva y la declararon el regalo más precioso del divino. El Sueño les hizo olvidar las penas y dolores. Por medio de él se renovaron las fuerzas gastadas; parecíase a una buena madre: enjugaba las lágrimas y envolvía el cerebro de los dormidos con la blanda niebla del olvido, y los hombres alabaron al Sueño como su mejor alivio y consuelo.
Solamente una cosa tenían que reprobar en él, y era que no durara mucho más tiempo, pues tras corto intervalo, el despetar lo seguía, y con esto principiaban de nuevo el trabajo y las dificultades. Esta idea los torturaba de tal modo, que por tercera vez se presentaron ante el trono, de Vishnu, diciendo: «Señor, tú nos has proporcionado un bien indeciblemente grande, pero que sin embargo no es completo. Haz que el Sueño dure una eternidad».
Vishnu arrugó su frente divina, como si estuviera encolerizado por las continuas molestias que le ocasionaban los hombres, y dijo: «Esto no puedo concedéroslo; pero id al vado del río, que en la otra orilla hallaréis lo que deseáis».
Los hombres siguieron el consejo de la divinidad, y corrieron en tropel al río, desde donde observaron la otra orilla. Pero sobre el otro lado de este río tranquilo, trasparente y cubierto de flores, se estendía el reino de Siva, el campo de la muerte. Allí el amanecer era desconocido; allí no había ni día ni noche, y todo el horizonte resplandecía en una luz uniforme y agradable de color violáceo. Los objetos no producían sombra, sino que la luz los traspasaba. Allí la tierra no era plana, y doquiera que alcanzaba la vista, se alternaban valles con colinas llenas de hermosos grupos de árboles y enredaderas. La hiedra brillaba con verdores salpicados de rosa: todo era encantador, puro y sin mácula.
Los hombres que habían llegado con mucha algazara á la orilla del vado, enmudecieron ante este horizonte infinito de color lila, y empezaron entre sí a hablar con voz suave: «Qué silencio en la otra orilla, qué tranquilidad tan grande! En verdad, allí reinan el Reposo y el Sueño cierno».
Los más extenuados por el trabajo decían al rato: «Iremos a buscar el Sueño eterno».
Entraron en el río. Las aguas, luciendo todos los colores del arco iris, se retiraron ante ellos, para facilitar el paso por el vado. Los que se quedaron en la orilla, fueron presa de un dolor agudo y los llamaron con voces lastimeras; pero ninguno de ellos volvía. Iban siempre adelante, serenos y felices, pues el misterioso y sorprendente encanto de aquella tierra los atraía siempre más y más.
Entonces la multitud aglomerada en la orilla del campo de la vida, observó que cuanto más los otros se alejaban, más trasparentes, luminosos y radiantes se hacían sus cuerpos, para finalmente extinguirse en la débil luz del campo de la muerte. Veían además que aquellos, tan luego como pisaban la otra orilla, se acostaban al pie de la colina, debajo de los árboles. Tenían los ojos cerrados, y su faz expresaba un sentimiento de tan alta felicidad, como no lo había despertado ni el mismo amor en el campo de la vida. Viendo esto, los que estaban aglomerados en la orilla del campo de la vida, decían entre sí: «El mundo de Siva es más bello y mejor».
Desde entonces aumentó continuamente el número de los que pasaron a la otra orilla. En procesión solemne marchaban ancianos, hombres en la flor de su edad, madres llevando de la mano a sus hijos; jóvenes y niñas adornados de flores; y el reino de Vishnu quedó casi completamente desierto.
Pero Vishnu, que estaba encargado de conservar la Vida, se sobresaltó por las consecuencias del consejo que había dado en un momento de mal humor, y como no sabía qué hacer para salir de apuros, se presentó ante el trono del omnipotente Brahmá.
«Supremo hacedor de todo lo que existe—díjole— salva la Vida! Tú has creado el campo de la Muerte tan bello y tan feliz, que todos los hombres abandonan el campo mío».
«¿No ha quedado nadie contigo?»—preguntó Brahmá.
«Solamente un joven y una niña, que se quieren tanto, que prefieren renunciar a la felicidad del eterno sueño, antes que cerrar los ojos y no poderse mirar más».
«Qué es lo que deseas».
«Haz que el campo de la muerte sea menos feliz y bello; pues si el Amor se acaba también en mis dos últimos habitantes, me abandonarán lo mismo que los otros».
«No—decía Brahmá,—no destruyo la felicidad y la belleza del campo de la Muerte. Conozco otro medio mejor para conservar la Vida. De hoy en adelante, los hombres estarán obligados a entrar en el campo de la Muerte, y ya no lo harán con gusto voluntariamente».
Lo dijo, y tejió de las tinieblas un velo tupido e impenetrable; luego creó dos seres terribles, el Dolor y el Miedo, a quienes mandó colgar el velo delante del vado del río.
Desde entonces volvió a florecer la Vida en el reino de Vishnu, y aunque el campo de la Muerte seguía tan bello, tan feliz y tranquilo como era antes, tuvieron en lo sucesivo los hombres un miedo verdaderamente invencible de entrar en él.
Enrique Sienkicwicz
Colección Ariel, No. 6 – Vol. 3 1909
Traducción de Natura, Montevideo, 1909.
(1) En la religión de la India, Brahmá con Vishnu y Siva forman una trinidad, siendo el primero Dios creador; en tanto que el segundo preserva la creaoján de Brahmá, el tercero, ser supremo y vengador, la destruye.
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