Las tres monedas
Cunado Rocco, un poco romántico y otro poco filósofo, fue a la feria del pueblo, encontró en la calle un cofrecito que contenía tres monedas que tenían esta leyenda: «Valederas para la felicidad.»
Como se contentaba con poco, el hombre no las guardó para él, sino que, pasando por entre los puestos, se detuvo al lado del que vendía pájaros artificiales y empezó a ofrecer su mercadería.
—¿Quién quiere la «moneda de la felicidad? —exclamó dirigiéndose a la multitud.
Al oírlo, se pararon una muchacha, un mendigo y un joven campesino. La muchacha dijo:
— Quisiera tener muchas joyas y lindísimos vestidos. Para mí eso es la felicidad. Dame tu moneda.
Déjame tu pañuelo a cambio de la moneda —respondió el hombre— y vuelve dentro de un año.
—Felicidad es comer tortilla rellena y faisanes gordos todos los días y regados con un buen vino —dijo el mendigo—; toma este centavo que me dieron por caridad y tú dame esa moneda. Y el cambio se hizo.
—Yo —habló el joven— trabajo la tierra como todos los demás, pero si tuviera mucho dinero no trabajaría más. ¿Quieres mi azada a cambio de tu moneda? —Y Rocco le entregó la última moneda.
En eso llegó una mujer que llevaba a un niño de la mano y, toda ansiosa, le dijo:
—Encontré este niño por ahí. Está solo. Dame una moneda para él.
—Lo siento —contestó el hombre—, pero no tengo más.
—Paciencia —suspiró la mujer—, me lo llevaré a casa. Tengo tres hijos y de tres platos de polenta haré cuatro.
Pasado el año, Rocco volvió a la feria y encontró, allí reunidos, a los tres beneficiados que lo esperaban con el ceño fruncido y, que apenas lo vieron, cada cual reclamó lo suyo.
La MUCHACHA:
— He tenido vestidos y joyas. Pero otros superaron los míos en belleza y en mí nació la envidia y fui desdichada. ¡Toma tu moneda!
EJ MENDIGO:
— Comí y bebí de lo mejor, pero me enfermé y tuve que ser internado en un hospital. ¡No quiero tu moneda!
El CAMPESINO:
— He sido rico, muy rico; pero el temor a los ladrones me quita el sueño y no tengo paz. ¡Toma tu moneda!
En eso estaban cuando, de pronto, se oyeron trinar los pájaros artificiales.
Eran cuatro niños que, con sus silbos, alegraban el lugar acompañados por una mujer con la cara rebosante de felicidad.
— Soy feliz —repetía—, soy feliz.
— Pero tú no recibiste ninguna moneda —le dijo Rocco.
— Sin embargo, tengo cuatro felicidades. Escúchalos, parecen pajaritos.
***
Los «pajarillos» siguieron silbando y la mujer cantaba. Todos a su alrededor eran felices.
Rocco comprendió y tiró el cofre con las monedas…
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