Los duendes del bacín
En el amplio galerón que rodea el patio de la casa, las viejecitas están desgranando maíz, arrepolladas en el suelo, con las piernas cruzadas, con los guacales en sus regazos, alrededor de una pirámide blanca de mazorcas blancas y amarillas, van desgranando el duro grano. Como la tarea habitual no les coge el pensamiento, éste se a da a vagar en mil un temas: recuerdos de los tiempos idos, noticias del vecindario, crónicas de las fiestas religiosas, cuentos de fantasmas y cosas «del otro mundo».
Recojamos este relato que se dejó en la memoria: lo narraba Ña Rafela, la viejecita rechoncha y tuerta, la mejor desgranadora de maíz y la mejor rezadora del vecindario.
«Los duendes son unos chiquitos barbudos; tienen orejas puntiagudas como las de los perros: sus «paticas» son como las de los gallos, así se ven sus huellas… yo las vi muchas veces de chiquilla, en los playones de arena del Río Virilla, cuando me criaba en las haciendas de la Caja. Salen por la tarde y pierden a los niños, pero no les hacen daño; se los roban para jugar con ellos; son de los más confisgaos.
A veces se aquerencian en una casa y si los tratan mal se vuelven muy emporrosos: asustan a las gallinas vuelcan lo canastos en donde van poner; tira terrones al techo de la casa; vuelcan los comales y a veces cuando uno ha puesto los platos para servir la comida, los llenan de porquerías… Para que no molesten hay que dejarlos tranquilos y cuando salen por la tarde y no los ve, hay que hacerse el tonto, como si no los viera…
Bueno, yo «miacuerdo» que por allá por el Barrial, vivía la familia de don Reyes Vargas, en su casita que estaba en medio potrero; los duendes se le aquerenciaron y empezaron a emporrarlos… no los deajban tener vida.
Dicen quesque estaban «enamoraos» de las muchachas.
¡Para qué contarles todas las tonterías que les hacían !: sacaban a media noche a los muchachitos de las cunas donde los tenían durmiendo; cuando las muchachas tenían la tortilla puesta en el comal, llegaban y la regaban con ceniza o con boñiga; ensuciaban la ropa tendida al sol… bueno, aquello no se aguantaba.
Le aconsejaron a don Reyes que dejara sola por unos meses la casa y que se pasara a otra; pero eso sí, que lo hiciera, sin que se dieran cuenta, porque si notaban la mudanza, se irían a la nueva casa.
De veras, ñor Reyes alistó sin mucho aparato dos carretas y un día, a medio día, echó a la familia en la carreta y en otras los «tarantines» de la casa, sin hacer bulla, se alejaron por el potrero… Cuando habían caminado como un cuarto de hora, ña Damiana, la mujer de ñor Reyes, ¡se va acordando que había olvidado algo!:
-Reyes, -le gritó su esposa- ¡sabés que dejamos olvidado el «bacín»! ¿Y ahora qué hacemos?
Y, de debajo de la carreta se oyó salir una carcajada como de muchacito y una vocecita dijo:
-¡Adió, no se preocupe, que aquí lo llevamos!
Autor: Gulliver. La Nación, 13 de mayo de 1961. Tomado de: Leyendas costarricenses. Compilador Elías Zeledón.
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