¿Xibechan?

Mitos y leyendas de México

¿Xibechan?

Aguilar era un hombre extraordinario. Acometió las más difíciles empresas con éxito invariable. Todo Chumax pudo admirarle mil veces en las fiestas populares, en que se domeñaban toros y potros salvajes: una simple palmada bastábale para amansar al más fiero ejemplar. No es, por lo tanto, de extrañar el que en toda la región se le tuviera por brujo; había no poco misterio en la vida de aquel hombre fuerte, bueno, cordial, sí… pero extraño. Y he aquí cómo tales sospechas no eran infundadas.

Desde muy joven, Aguilar tuvo que trabajar para vivir. Su oficio no era muy envidiable: pastor de ganado. La verdad es que, a pesar de su afanoso interés, no demostraba excesivas aptitudes, lo que le valió más de una y más de dos palizas del capataz. El pobre muchacho sofocaba su rabia y volvía a la tarea: luchaba con las indisciplinadas reses o «discutía» con un burro viejo.no muy diligente, que le ayudaba a sacar el agua de la noria para llenar los bebederos. Y así se le pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio», sumido en mil tristes meditaciones y azares. Una noche oyó una voz que le decía: «¿Xibechan? (¿Eres hombre?) Lucha, pues, con tu destino; si quieres triunfar, dirígete por esta senda que está a tu derecha.» Impulsado por una fuerza interior, Aguilar obedeció. Al poco tiempo dio vista a una hermosa finca que jamás hasta entonces había existido en aquel lugar. Se dirigió hacia las puertas del corral, que se abrieron misteriosamente ante él; penetró y contempló con ojos maravillados la limpieza y el orden que allí reinaban: los bebederos, llenos de agua, esperaban al sediento ganado. Se encaramó al andén de la noria y allí se sentó, con los pies colgando; sobre él se cernía, estremecida por un fuerte viento, la noche oscura: lo que los indios llaman el akab hom. Hasta él llegó el rumor inconfundible de un rebaño que descendía confusamente del monte. Entre bramidos, que diríanse casi rugidos, entraron hasta treinta negros toros de amenazadora estampa, que se dirigieron hacia los bebederos. Bramó un enorme toro con tal fuerza, que todos callaron y se apartaron. Se adelantó, majestuoso, y avanzó hacia el bebedero. Durante largo rato bebió, y después de él bebieron los demás que al momento salieron. Él quedó en medio del corral, majestuoso y terrible. Aguilar, desde su puesto de observación, contemplaba la extraña escena. El toro escarbó con furia la tierra y con sus cuernos trazó dos profundos surcos. Luego alzó su testuz retadoramente y bramó con espantable furor. Y Aguilar oyó de nuevo una voz que le invitaba: «Ea, Aguilar, ahora probarás si eres hombre.» Y un brazo, cubierto de espeso vello, le tendió una saca. Con extraña serenidad, el desafortunado pastor se colocó frente a la fiera. Se inició un torneo de difícil y peligroso arte. Seis veces embistió furiosamente el toro; seis veces esquivó Aguilar el asalto con airosa valentía. Otra vez se dejó oír la voz: «Tu valor está probado.» Y en su mano apareció un cigarro de holoch, mientras el toro saltaba sobre el muro del corral, sin rozarlo. Nuevamente se abrieron las puertas ante Aguilar cuando, vencedor, regresó a su finca. Volvió la vista a los pocos pasos; ya no había sino el monte y el bosque de siempre. Llegó a su casa, sumido en extraño ensueño. En la puerta tropezó con un hombre fornido y mal encarado, que le gritó: «¡Maldito holgazánl Ven, que te espera el vergajo.»

No pudo resistir Aguilar tan desacordado choque con la realidad y contestó de mal modo. Picóse el otro; insolentóse Aguilar, y acabó por darle un enérgico bofetón. Como pesadas mazas, cayeron una y otra vez sobre Aguilar dos puños vigorosos. Una y otra vez los esquivó, mientras se reía burlonamente de la pesadez bovina de su rival.

Al fin cesó la lucha y Aguilar escuchó estas palabras: «Xibechan (Eres hombre). Cuenta siempre con mi ayuda, pues que has sabido vencer a Juan Tul. Una palmada te bastará para dominar a cualquier animal. Y en cualquier contingencia, si aspiras el humo de estos cigarros y llamas a Juan Tul, vencerás.» Éste era el misterio del prodigioso Aguilar.

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