San Felipe de Jesús
Felipe de Jesús era un muchacho dio pendenciero, poco trabajador y desobediente. Sus padres temían que acabase mal, porque, aunque pasaban los años, no se corregía ni parecía prometer enmienda. La madre de Felipe, mujer honrada y devota, nunca perdía las esperanzas de que su hijo llegase a ser un hombre de bien, Se lo pedía a Dios continuamente en sus oraciones y a menudo decía al chico:
—Felipe, Dios te haga un santo. E invariablemente, una esclava negra que vivía en la casa, replicaba, al oír estas palabras:
—¿Felipillo santo? Cuando la higuera reverdezca.
Y decía esto porque en el patio de la casa había un tronco de higuera, seco hacía largos años. Procedía, como otras tantas higueras de la comarca, de esquejes que antaño trajeron los religiosos de Jerusalén, y aunque se había secado por completo, nadie quiso cortarlo.
Pasaron los años y continuaron las fechorías de Felipe. El padre temiendo que acabase en presidio decidió mandarlo a China, donde tenía conocidos que podrían proporcionarle trabajo.
Felipe partió y nadie volvió a saber nada de él. Pasó el tiempo; murió el padre, y la madre quedó sola en la casa, con la vieja esclava negra como única compañía. Allí seguía el seco tronco, en medio del patio, y la mujer, que pensaba continuamente en su hijo, se acordaba, cada vez que lo miraba, de las palabras que años atrás oyera a menudo a la negra: «¿Felipillo santo? Cuando la higuera reverdezca.»
Y ocurrió, una mañana de febrero que la vieja esclava se encontró, al abrir la ventana que daba al patio, con que la higuera estaba completamente cubierta de verdes hojas.
Cuenta la tradición que aquel día Felipe de Jesús profesó en la Orden de San Francisco, y había sufrido el martirio en Nagasaki, en unión de algunos de sus compañeros.
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