La leyenda de Fura-Tena y el origen de la humanidad
Pese al entusiasmo de haber creado el mundo, el dios Are notaba que algo faltaba en su creación. Junto al río vio unos juncos y, de forma descuidada, tomó uno y creó una figura tan bella que la llamó Fura (mujer). Intentó repetirla con otro junco más grande del que le salió Tena (hombre). Al toser sobre las figuras éstas cobraron vida convirtiéndose en una hermosa pareja humana. Are les anunció que su vida sería feliz, que no conocerían dolor, ni enfermedad, ni muerte… si le respetaban y le eran siempre fieles. Así, la pareja vivía en un precioso valle en la felicidad más absoluta.
Pero un fatídico día apareció un bellísimo joven llamado Zerbi. Este buscaba una joya muy extraña y singular, que proporcionaba la eterna juventud, belleza y felicidad. Éste pidió a Fura que le ayudara en la búsqueda y ella accedió. Anduvieron buscando muchos años pero no tuvieron éxito. Durante este tiempo, Fura se sintió atraída hacia Zerbi, a quien sedujo. Así, quedó desobedecido el mandato divino de fidelidad. Como castigo, Fura comenzó a tener remordimientos y una tristeza que no conocía hasta entonces, siendo consciente del pecado que había cometido al desobedecer el mandato de Are. Abandonó a Zerbi y regresó a su hogar, donde su esposo, al verla, supo todo lo ocurrido y pudo ver las consecuencias del pecado de su esposa: la vejez y la enfermedad.
Cada día envejecía progresivamente, la pena y la vergüenza embargaron su alma. Tena no pudo soportarlo y decidió acabar con su propia vida clavándose un afilado cuchillo en su corazón; ella lo tomó en sus brazos y se mantuvo junto a su cuerpo per¬maneciendo en ayunas durante varios días.
Fura mantenía sobre sí misma el cuerpo inanimado de su esposo y le miraba y tocaba mientras lloraba sin consuelo. Cada lágrima que salía de los ojos de Fura se convertía en una joya. Mientras Tena moría, el dios Are convirtió a Zerbi en una gran roca, que veía con amargura el llanto de su amada. Zerbi pidió perdón a Are y solicitó poder auxiliar a Fura en estos duros momentos. Le fue concedido: de sus entrañas de piedra brotó una cascada que separó a Fura y a Tena, transformándolos en dos moles de piedra conocidas como Fura-Tena, para recordarnos el trágico destino del ser humano.
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