El Zorro y la Gallina
El zorro enderezó la oreja y escuchó atentamente el lento y uniforme respirar del perro del granjero, que dormía tendido en el suelo. Luego, sobre sus suaves patas, se arrastró hacia la puerta del gallinero deteniéndose ansiosamente, de vez en cuando, para escuchar. Por fin, atravesó una pequeña abertura que había cerca del suelo y penetró al oscuro interior.
Sus ojos de penetrante mirada advirtieron a la gallinita roja, encaramada sobre una percha, fuera de su alcance.
-Prima gallina -dijo, con su tono más almibarado-. He encontrado unas pepitas deliciosas para ti. ¿No quieres venir a verlas?
Pero la gallina era un ave vieja y prudente. Había visto caer a demasiados pollos tontos en las garras del taimado animal. Por lo tanto, irguió la cabeza y cacareó:
-Ahora no tengo hambre. Gracias.
El zorro meditó un instante. -Querida gallinita -dijo con dulzura-. Oí decir que estabas enferma y he venido a preguntar cómo estás. Ven y te tomaré el pulso.
Pero la gallina seguía siendo demasiado prudente para él.
-Es cierto que no me siento bien -reconoció-. ¡Pero estoy segura de que moriría si bajara de esta cómoda percha!
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