Los piratas más antiguos
Lo monstruos, que cierta mañana llegaron silenciosamente por el mar, lucían una espantosa cabeza de dragón, escamas amarillas y negras a lo largo de sus flancos, dieciséis delgadas patas que nadaban con ritmo perfecto y una cola afilada y extraña.
Los habitantes de aquel lugar de la costa gálica, que se habían refugiado aterrorizados tras los escollos, vieron a fornidos y rubios guerreros saltar fuera de las misteriosas embarcaciones, con cascos adornado; de alas brillantes y toscas vestimentas de piel.
Bien pronto se apercibieron de cuan crueles y sanguinarios eran aquellos hombres de fríos ojos azules que hablaban una lengua dura y fuerte, y supieron que se trataba de los Vikingos o «normandos», hombres del norte, ¡piratas que arrasaban los pueblos!
En todas las costas de Europa eran conocidas aquellas naves en forma de dragón, con una sola vela cuadrada a listas rojas amarillas. Las islas Oreadas, las Hébridas, las Shetland, las Faróe, ricas en ovejas, la misma Gran Bretaña, Sajonia, Irlanda e Islandia habían llegado a ser dominio de los Vikingos.
Estos normandos inquietos! abandonaban Escandinavia, su tierra de origen, todas las primaveras porque aquella tierra, cubierta casi siempre de nieves y bosques, los lanzaba en procura del sol.
Mas eran precisamente aquellos oscuros bosques los que proporcionaban el material para sus magníficas naves. Poco mayores que las pesqueras que hoy día se aventuran a lo largo de las as costas del Tirreno y del Adriático, aquellas embarcaciones tenían el armazón, la quilla y el revestimiento hechos de durísimo roble. Las tablas habían sido encorvadas y pulidas con arte consumado y entre una y otra el calafateo se hacía a base de delgadas trenzas de pelo de animales. El único mástil era de abeto, un esbelto abeto arrancado al bosque; dieciséis remos asomándose entre los escudos —las escamas del dragón— semejaban patas monstruosas.
Con estas naves los Vikingos remontaban los ríos de Flandes y Francia. Empujados por una audacia rayana en la temeridad llegaron, 500 años antes que Colón, a la América del Norte, a la que ellos, en sus leyendas llamaron «tierra del vino».
Durante el día permanecían resguardados en los refugios solitarios de la costa o a la sombra de los grandes bosques. Al atardecer, cuando todos los marinos buscaban el reparo de sus puertos, rápidos como aves de rapiña, los Vikings extendían sus grandes velas al viento, y entraban, aprovechando la marea, en los grandes estuarios de los ríos.
*
Así, a lo largo de la ruta que conducía a las hospitalarias tierras del sur, los Vikingos buscaron y hallaron la paz en la Italia meridional, tierra que les brindaba el sol que tanto habían ansiado.
Sus leyendas conservaron el recuerdo de sus antiguos viajes, de sus aventuras piratescas, de sus batallas heroicas, de sus gentiles amabilidades. En sus letanías, los pueblos costeros dejaron de rogar: «Líbranos, oh Señor, de la furia de los normandos.»
Comentarios Facebook