La iglesia de las hadas y los duendes

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La iglesia de las hadas y los duendes

Fue mi amigo Gustavo Flores Izaguirre, quien me gana por muchos pelos en la cabeza y también en esto de tomar fotos de templos, fue él quien me mostró unas imágenes de este templo. Yo no lo conocía. Nunca lo había visto. No descansé hasta llegar a él. Está escondidillo. Eso lo hace más bello, más misterioso, más rico. Es un templo de madera, en medio de la nada, en División de Pérez Zeledón. Antes, para llegar, se pasa por el pueblo, donde hay un viejo templo de madera y lata, de los que me vuelven loco (como el templo de Zarcero, como el templo viejo de Llano Grande de Cartago, como el templo viejo de Fraijanes, como el templo de Venecia de San Carlos, como el templo de Grecia).

Pero este templo, sin ser de lata, está bellísimo. Sus dueños tienen una casa tan acogedora como el templo. El señor cría caballos y tiene cabras. La iglesia se la regaló una tía a su esposa. Parece la iglesia de los duendes y las hadas. Juro que por las noches, ahí duermen todos los enanos que llegan mojados y friolentos, después de hacerles trenzas a las yeguas y los caballos, después de montar a los coyotes y de perseguir a las ardillas y los tepezcuintles. Ahí mismo tienen posada las brujas que andan sin cuero por el cielo, en su escoba, tristes porque cada día asustan a menos gente, y hasta El Cadejos, que ya no acompaña a nadie, y La Llorona, que está muda a la orilla de los ríos, y la mismísima Segua, que nunca más volvió a salir en los caminos solitarios, dejó de espantar a los hombres tanderos, parranderos y mujeriegos.

Todas esas criaturas duermen con Dios y con los santos, descansan sus huesos viejos, sus pies que han andado tantos caminos… Este templo les da descanso, les da cobijo, les da posada. Dios los recibe en su casa y les da aliento. María, La Virgen, se levanta por las noches, enciende la cocina de madera, o el fogón, y ahí les calienta el agua. En este templo, todas las noches hay agua dulce y café para todas las criaturas mágicas que ya no tienen niños ni adultos que los piensen o les teman…

Camilo Rodríguez Chaverri

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