La carreta fantasma
Por Johnny Chacón Soto
La antigua calle de La Carreta, fue en tiempo de nuestros tatarabuelos, una rústica e importante vía utilizada para transportar las cosechas que recogían sus pocos y esforzados habitantes; especialmente café, cuya salida al Atlántico se daba por la vieja y empedrada calle a Carrillo.
Ya a mediados del siglo dieciocho, -se comentaba-, entre los vecinos de otros pueblos; la riqueza de estas tierras realengas. Esta calle constituyó -durante muchos años -, la principal ruta de acceso de sus primeros pobladores. Quienes poco a poco, fueron arribando al pequeño valle con sus alforjas repletas de ilusiones. Ellos y ellas, abrieron trocha y surco para dar progreso a esta alejada zona.
Por esta calle, entraron hundidos en barro o ahogados en polvo -según la época de su arribo-: Los Huertas, los Chaves, los Umaña, los Castro, los Blanco, los Morillo (Murillo), los González, los Fernández, los Granados y muchos otros esforzados pioneros. Ellos comprometieron músculo y corazón regando con sudor y lágrimas las simientes de las futuras generaciones.
Esta antigua calle (actual calle de San Rafael), sitio preferido por sus escasos habitantes para afincarse en sus alrededores, – dio origen al pueblo de Moravia.-. Fue en este escenario, donde se inició la leyenda que hoy les cuento:
Bartolo, oscuro personaje, muy alejado de la palabra sagrada, venía planeando desde hacía un tiempo: -cómo hacer fortuna sin mayor esfuerzo-. Se había ocupado de varias actividades en los tabacales y cafetales de la zona sin mayor éxito. Su fuerte carácter y su inclinado vicio hacia las bebidas “espirituosas” lo estaban acabando. Necesitaba urgentemente dar un -“golpe de suerte”-; que lo sacara de sus miserias.
Una noticia local alimentó su codicia. Pronto llegarían las fiestas de Octubre: -con sus carreras de caballos, de cintas, turno y bailongo-. Estaba más que enterado de que esos “dineritos” se guardaban en una caja única que custodiaba la “Junta” de la cual el “mandamás” era el “Curita” de la pequeña Villa.
El “Padrecito” -ya entrado en canas-, había ingresado a la zona del Murciélago, por la ruta de Carrillo. Durante muchos años, anduvo evangelizando indígenas por las montañas de Talamanca. Hacía poco tiempo, había buscado retiro en el hermoso vallecito: -A fin de dar un poco de descanso a sus adoloridos huesos… Decía él-.
Con gran sigilo, -amparado en las sombras de la noche-, Bartolo se dirigió a cometer tan inconfesable acto. Las cosas no salieron como él pensaba, lo descubrió el anciano sacerdote quien comenzó a despertar a sus vecinos con fuertes gritos. No lo pensó dos veces, -con rabia demoníaca-, enterró varias veces su afilado puñal en el pecho del viejo sacerdote quien entre plegarias y lamentos se despidió de este mundo.
Seguidamente, huyó: -Sin poder llevarse el botín-, rumbo a los montes del Virilla.
El río estaba muy crecido, -en esa lejana época no había puente-. El homicida fue arrastrado por las turbulentas aguas invernales. -Pagaba pronto y caro su crimen-.
Los indignados vecinos organizaron una intensa búsqueda: – Lo encontraron prensado entre unas enormes piedras; ya difunto-.
Las carretas siguieron transportando su preciosa carga- a luz del día-; como era costumbre. No obstante, al poco tiempo, durante las noches de luna llena, comenzó a llamar la atención -entre los vecinos de la calle-, el sonido quejumbroso de una carreta. Pronto cundió la alarma, y los más valientes, se organizaron para ver lo que estaba ocurriendo. Aterrados, comentaron, que escucharon en la angosta y oscura calle su característico golpeteo… ¡Nunca lograron verla!
Tiempo después, una pariente cercana a Bartolo –en su lecho de muerte-, tuvo la siguiente visión:
-El asesino había sido condenado, eternamente, a pasear en carreta el alma de su víctima. Hecho que se repetiría durante las noches de luna llena -en su total recorrido-: 2.2 km.-
Desde entonces, generaciones de “rafaeleños”, sobrecogidos durante las noches de luna llena; vienen afirmando: -que en la antigua calle-, es posible escuchar, pasada la media noche, el quejumbroso paso de una carreta; y comentan: – Que a pesar de que se han organizado para tratar de verla; nunca lo han logrado-… ¡Sólo la escuchan!-.
Los invitamos a que nos ayuden a esclarecer este misterio. Si usted se llena de valor y se ubica, -pasada la media noche-, cerca del viejo aserradero; -¡Ponga mucha atención!-. Si logra escuchar el golpeteo de una carreta; Por favor nos lo cuenta.
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