El velo de la novia
Carmenza – la novia- se enredaba, entre el ir y venir, de una serie de pormenores relacionados con su próximo matrimonio. Disfrutaba atendiendo –personalmente- los detalles de la boda y de su “nidito de amor”… una blanca casita a la orilla del viejo camino de los Castro.
Su juventud trascurría entre el verdor de los cafetos y el floreado multicolor de los rústicos caminos. Días antes, había iniciado la siembra de lo que soñaba sería un hermoso jardín familiar.
Sus amigos y parientes, no terminaban de desearles, unos futuros plenos de felicidad, sabedores de sus atributos y los de su futuro esposo Alfonso.
El novio, persona muy querida en el pueblo, donde era reconocido su espíritu humanitario; con frecuencia prestaba desinteresada ayuda a quienes la demandaran. Pasaba la mayor parte de su tiempo en las labores del campo, atendiendo las fincas de su familia paterna. Amigo infaltable en las actividades sociales -centro de atención por su simpatía y habilidad con la guitarra-.
Una mañana, negros nubarrones se colaron entre las crestas de las montañas del norte. Alfonso, como era su costumbre se levantó muy temprano, ese día, tenía que recoger unas vaquillas allá por el sector noreste del pueblo; no sin antes, pasar a saludar a su joven y bella prometida y darle palabra de regresar temprano. Durante la noche, participarían en una actividad familiar relacionada con su próximo enlace… ¡Nunca llegó!
Lo esperaron hasta avanzadas horas, los invitados con rostro de angustia presentían que algo terrible había ocurrido. Carmenza, en un rincón de la sala, lloraba desconsoladamente. La búsqueda se inició a primera hora de la mañana siguiente, lo encontraron en la quebrada de la cuesta de Barro de Olla; bocabajo, ahogado en un charco de sangre.
La escena mostraba huellas de una terrible lucha, lo atacaron entre varios sujetos… lo acabaron con saña. Con la rabia que solo dan las malquerencias; el móvil: los celos enfermizos de un viejo y rechazado pretendiente de la bella joven.
La trágica noticia cayó como rayo en el pequeño caserío… – ¡No era posible!… ¡Alfonso! –
El sitio de tan horrendo suceso, quedó marcado con la cruz de los caminos. Los vecinos al pasar frente al sagrado signo -se persignaban- algunos pronunciaban, sin detenerse, una corta oración. La mayoría apresuraba el paso como queriendo escapar de tan funesto recuerdo.
Poco tiempo pasó para que Carmenza no pudiendo soportar tanto sufrimiento, entrara en severo estado depresivo, que la llevó, a tomar la nefasta decisión de dormirse en la eternidad-. Partió, vistiendo su hermoso vestido blanco.
El tiempo pasó, los cafetales y fincas al sur de la calle de la Carreta iniciaron su urbana transformación. Pronto, comenzaron a surgir nuevos barrios, entre ellos: el Barrio las Américas… ¡y cosas extrañas empezaron a suceder!
Cuentan… algunos vecinos, que durante las oscuras noches de invierno, cuando la luna no sale por miedo a mojarse, una mujer vestida de blanco se pierde entre las sombras del vecindario. Nadie sabe quién es, tampoco han podido confrontarla pues aparece y desaparece con enorme facilidad.
Dicen, que entre sus manos, lleva un ramillete de novia y que en vez de caminar pareciera flotar.
Una de tantas noches, luego de regresar de un concurrido “turno” en la plaza del pueblo, dos amigos, quienes cruzaban el barrio rumbo a sus casas, se vieron envueltos en un evento fuera de lo normal… ¡se toparon de frente con una extraña y marchita mujer vestida de novia!
De pronto… un frío de muerte recorrió el lugar, la naturaleza hinchó los vientos -bajaron aullando- levantando polvo y arrastrando cantidad de hojarasca que no terminaba de danzar entre fuertes remolinos. La luna se tornó sombría y se fue a perder entre tenebrosos matices. Un intermitente parpadeo de las luces públicas amenazaba con dejar el barrio en total oscuridad. Algunos perros del vecindario, alarmados, cambiaron su amenaza: de ladridos a pavorosos aullidos. La mujer de rostro pálido y triste mirada, estalló en desgarradores sollozos… más que llanto, profundos gemidos salían de su atormentada alma.
Los amigos quedaron “jelados” – ¡No podían gritar! – quisieron correr y tropezaron aturdidos dejando la marca de sus narices entre las piedras del camino. La espectral aparición, entre llanto gemido y llanto, comenzó a flotar hasta perderse entre las ramas de un viejo árbol de aguacate.
Varios vecinos «se tiraron a la calle», pronto, eran muchedumbre. Una señora, entrada en años, regó con agua bendita el sitio de la aparición. A los muchachos tuvieron que frotarlos en la nuca con alcohol y por dentro con un “mechazo”. Se lo bebieron “corcor” como agua de tamarindo… ¡y que conste! Nunca se habían tomado un trago… eran muy pollos.
Todavía, en estos tiempos, con frecuencia se comenta que en el barrio Las Américas, asusta una mujer de triste mirada vestida enteramente de blanco. Mientras tanto, Alfonso, allá en la eternidad, espera y ruega al Creador por el descanso del alma de su amada.
Por Johnny Chacón Soto
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