Las Erinias (Las Furias romanos)
Las Erinias eran diosas de la venganza que tenían una insaciable necesidad de vengar todo tipo de injusticias que los dioses y los mortales cometían entre ellos dentro del seno familiar.
Se dice que surgieron de la sangre de Urano que brotó al ser castrado por su propio hijo Cronos (ver Cronos). En cierto sentido, esta es la primera gran injusticia cometida desde la creación. La sangre de Urano fue a parar a Gaya, la tierra madre, y allí germinaron las Erinias con su aspecto terrorífico por sus rostros maliciosos y las serpientes sobre sus cabezas. En sus manos sostenían cayados ardiendo y látigos. No queda claro cuántas eran al principio, pero la tradición más conocida señala que había tres Erinias o Furias: Alceto («la que nunca se detiene»), Tisífone («la que siembra el crimen») y Megara («la envidiosa»).
Las Erinias personificaban la culpa creada por los crímenes que las leyes humanas no podían castigar. El asesinato de un miembro de la familia era un crimen de tales dimensiones que Orestes, que había matado a su madre para vengar a su padre, tuvo que soportar la carga de la culpa y vérselas con las Erinias, que le persiguieron sin compasión ignorando las circunstancias atenuantes que rodeaban al caso. Ni siquiera en el templo de Apolo en Delfos le dejaron en paz. Sólo después del juició en el Areópago de Atenas, donde se situaba la corte de justicia instaurada por Atenea, lograron aplacar sus ánimos las Erinias. Orestes tuvo que hacer penitencia, tras lo cual las tres hermanas fueron adoradas en Atenas bajo un nuevo nombre, las Euménides, que quería decir «las de buena predisposición». Esta historia simboliza la transición de los delitos de sangre a los que se impartía la justicia de la venganza, hasta una administración racional de la justicia, que ponía fin al círculo vicioso de crimen y venganza que ha existido en las sociedades más primitivas hasta hoy.
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