En el valle de Anahuac hay un lago no muy grande que se llama lago Mexi. Es de aguas oscuras y muy quietas, porque está en un claro del bosque y los árboles, que son altos y de follaje espeso, suprimen el viento y se reflejan en el agua del lago. En sus orillas crecen unas flores blancas, muy grandes, que contrastan extrañamente con el color del agua. Esas flores tienen su leyenda: la leyenda de Lizzouli.
…El lago era entonces lo mismo que ahora, y la noche, una de esas noches transparentes y luminosas en que canta a la luna el pájaro burlón de las tierras de Anahuac: el zenzontli.
Una muchacha azteca, de ojos grandes y crenchas negras, se acerca al lago. ¿Qué busca? ¿Mirarse en el agua, a estas horas, tan tarde? Quizá traiga una ofrenda al dios de las aguas.
Es Lizzouli. Sólo mira a la Luna, a Metzi —esa diosa azteca de los enamorados—, y está llorando. Se acerca seria, despacio, al lago; apoya sus pies en el fango… y el agua sube lenta, suave, hacia Lizzouli. La muchacha se hunde sin un movimiento; primero, sus brazos, sus hombros, su cuello… y los ojos de Lizzouli, que miran a la Luna, abiertos, desde debajo del agua. Luego… la masa verde del agua y la masa pesada y negra del pelo de Lizzouli.
En aquella región se canta todavía hoy una vieja canción azteca que dice: «Duerme en tu sudario verde, de juncos y de algas verdes, Lizzouli…»
La muchacha, muerta, cayó al fondo del lago. Era el dominio de Tlaloc. el dios de las aguas, de la humedad de los bosques y de la tormenta. Y cuando sus ondinas vieron a Lizzouli, la recogieron y la volvieron a la vida en el fondo de una gruta, por orden de Tlaloc.
Lizzouli despertó como en sueños y contó su historia: una historia triste de amor abandonado. Mientras hablaba, vio que Tlaloc sonreía; sonreía como solía hacerlo en las tormentas para llamar a Tonatiuh (el Sol) y conseguir que saliera el arco iris.
Para que Lizzouli olvidara, el dios de las aguas la convirtió en sirena y la devolvió al lago.
Desde entonces, en las noches de luna, cuentan que se oía en el lago Mexi una voz dulce que perdía a los pescadores. Algunos, locos de amor, se tiraban al lago y nadaban durante horas para alcanzar a Lizzouli, hasta que al fin caían rendidos y se ahogaban.
Pero he aquí que una noche, mientras Lizzouli cantaba, vio tirarse al lago y nadar hacia ella a su antiguo amor. Al verle, recobró de pronto la memoria y el amor volvió a convertir a la sirenita en mujer. Cuando vio que, desfallecido, iba a dejarse morir, Lizzouli le tendió los brazos y juntos se hundieron en el lago.
Al día siguiente los pescadores encontraron en la orilla el cuerpo del marinero abrazado a una muchacha maravillosa, muerta. Los dos tenían una sonrisa en los labios y parecían dormir.
Desde entonces, en las noches sin luna dicen que se ven en los bosques del Mexi dos sombras que sonríen, paseando como dos enamorados. Y en primavera, las muchachas de la región recogen las flores del borde del lago; dicen que son lágrimas de Lizzouli y se las prenden en el pelo para que su amor les sea eternamente fiel, como el de Lizzouli.
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