El enano de Uxmal
Hace muchos años, en los tiempos del esplendor maya, vivía en la ciudad de Kabah, cerca de Uxmal, una vieja hechicera, que deseaba tener un hijo que la acompañase en la vejez. Y un buen día tuvo la ocurrencia de envolver en un paño un huevo de gallina y depositarlo en un rincón de su choza. Algún tiempo después, con gran sorpresa de las gentes de la comarca, del huevo salió un niño, tan extraordinario, que aprendió rápidamente a andar y a hablar como un hombre. La hechicera estaba muy orgullosa de su hijo y no se apenó cuando al cumplir el año el niño dejó de crecer.
Pasó el tiempo, y el enano de Uxmal conservó la reputación de su gran talento. Llegó un día en que quiso descubrir el misterio que encerraba el fogón de la bruja. Ésta se pasaba a su lado largas horas y parecía cuidar de él de una manera especial. Apenas salía de casa; solamente lo hacía por poco tiempo, cuando iba a buscar agua. Un día el enano hizo un agujero en el fondo del cántaro, y mientras la bruja intentaba inútilmente llenarlo, cogió un pico y cavó en el fogón, encontrando al poco rato un maravilloso tunkul y una sonaja.
Sorprendido por el hallazgo, tocó ambos instrumentos, y un penetrante y agudo sonido se dejó oír en todos los alrededores. La vieja reconoció al momento los instrumentos que lo habían producido, y dejando el cántaro, corrió apresuradamente a su casa. Pero el enano no quiso confesar lo que había hecho y atribuyó el extraordinario ruido a un graznido del pavo.
Según una antigua profecía, el que tocase el tunkul maravilloso se apoderaría del trono de Uxmal. El Rey, que oyó tan singular sonido, queriendo hacer frente a su destino, envió emisarios en busca del tocador. Consiguieron éstos dar con el paradero del enano y llevarle a la presencia real. Entonces el Monarca le desafió de la siguiente singular manera: ambos soportarían que se machacasen sobre sus cabezas todos los cocoyoles que cupiesen en cuatro canastas, estableciéndose que el que resistiera la prueba se quedara en el trono. Así fue acordado, y el enano pidió que se construyera una calzada de Kabah a Uxmal y una gran plataforma donde tuviera lugar el desafío.
Llegó el día señalado para éste, y ante un público numeroso, el enano, según se había convenido, subió el primero a la plataforma. El Rey esperaba verle sucumbir al primer golpe y quedar así libre de él; pero la vieja hechicera había colocado bajo su cabello una placa de pedernal y pudo soportar la prueba sin la menor consecuencia. El Rey, sobrecogido de terror y deseoso de ganar tiempo, planteó al enano una serie de adivinanzas que fueron contestadas con sorprendente exactitud, aumentando el asombro de los presentes. Y cuando el soberano de Uxmal, no pudiendo retardar más el momento fatal, sufrió la prueba que él mismo había ideado, sucumbió al tercer golpe. La profecía había quedado cumplida.
El enano gozó por algún tiempo de su nueva situación. Se construyó un suntuoso palacio, que hoy se llama Casa del Enano o del Adivino; recompensó a la vieja hechicera con un gran edificio, que hoy se conoce con el nombre de Casa de la Vieja, y cuando ésta murió mandó que le levantasen una estatua, cuya cabeza se ostenta todavía en Mérida, en la calle Segunda del Progreso, Sur. El pueblo no creyó nunca en la muerte de la hechicera, y se dice que vive todavía en un subterráneo, junto a un estanque, y que cambia a los transeúntes jícaras de agua por niños, que devora después una serpiente que la acompaña.
Cuenta también la leyenda que el monarca enano perdió, por sus vicios y su orgullo, la protección del dios al que la hechicera le había dejado encomendado, y que, en su soberbia, quiso él mismo crear un nuevo dios. Mandó construir un ídolo de madera, que no resistió la prueba del fuego, y después un ídolo de piedra, que al pasar por la misma prueba se convirtió en cal. Finalmente mandó fabricar uno de barro, que con el fuego se endureció. Entonces el enano le dio vida y la estatua habló. Durante algún tiempo los habitantes de Uxmal le adoraron, por lo que fueron llamados en la antigüedad Kul Katob; esto es, los adoradores del barro.
Pero los dioses, ofendidos por el sacrilegio, enviaron guerreros que destruyeron la ciudad de Uxmal y aniquilaron a todos sus habitantes.
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