La parte del león
Cierto día, el león, cansado de cazar solo, invitó al oso y al zorro a acompafiarlo. Era poco frecuente que el orgulloso rey de la selva invitara a sus súbditos a acompafiarlo en una cacería, y el oso y el zorro se sintieron encantados y lisonjeados. En realidad, las cosas no habrían podido marchar mejor. .. por algún tiempo.
Su suerte fue tan buena que, antes del anochecer, habían atrapado varios conejos, dos cabras y un ciervo. El león eligió para acampar un sitio próximo a su cubil y, pasándose la lengua por las quijadas, encargó al oso que repartiera sus presas.
El bien dispuesto y honrado oso hizo inmediatamente lo que le había ordenado el león. En realidad, estaba tan atareado dividiendo lo cazado en tres partes iguales, y lo hacía con tanto cuidado, que no miro en dirección al león. Y fue una lástima, porque el león escarbaba el suelo, meneando la cola y enojándose cada vez más. Por fin, cuando el oso iba a terminar su tarea, el león le saltó encima, con un rugido, y lo despedazó. Después, más hambriento que nunca, miró con aire impaciente al zorro, que había estado contemplando la escena.
-Ahora, veamos si sabes dividir las cosas de manera más razonable -ordenó-. Y hazlo con rapidez.
En silencio, el zorro puso manos a la obra. En un abrir y cerrar de ojos, puso todas las presas que habían matado, inclusive al oso muerto, en una enorme pila. Para él, sólo se reservó un conejo pequeño.
El león hizo con su maciza cabeza un ademán de aprobación.
-Así concibo yo una división justa
-dijo-. Eres un animal con sentido común.
Cuando el zorro se disponía a abandonar el campamento con su raquítico conejo -porque había resuelto de pronto comérselo a solas-, el león volvió a hablarle.
-Amigo Zorro -preguntó-. ¿Quién te enseñó a dividir las cosas tan bien? -Lo poco que sé, acabo de aprenderlo de mi difunto amigo el Oso -respondió el zorro.
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