La leche derramada

La leche derramada

La leche derramada

-¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! -exclamaba, entre llantos, la pequeña y linda lechera, junto al balde de leche recién derramada.

La vaca de pesados párpados estaba a su lado, mascando las tiernas briznas de hierba. Y meneaba la cola con aire despreocupado, mirando indiferente el balde que acababa de patear.

Cubriéndose con las manos el rostro bañado por las lágrimas, la muchacha se lamentó amargamente:

-Yo iba a comprar unos huevos con el dinero que me darían por la leche, y luego obtendría pollos de esos huevos y mandaría los pollos a la feria y, con lo que me pagaran, me habría comprado un hermoso vestido de seda. Entonces, todos querrían bailar conmigo. Y ahora…, ahora… -y la lechera sollozó de nuevo, desconsoladamente.

Tantos lamentos resultaban insoportables.

-¡Vamos, vamos! -dijo el prudente granjero, dándole una palmadita en la cabeza-. Conseguirás más leche con que comprar más huevos, con los cuales incubar más pollos y, gracias a éstos, comprar más vestidos de seda. Pero debes recordar que es tonta la lechera que llora sobre la leche derramada… y la que cuenta sus pollos antes de que estén incubados.

LA LECHERA

Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado
que va diciendo a todo el que lo advierte:
¡Yo si que estoy contenta con mi suerte!

Porque no apetecia
más compañia que su pensamiento,
que alegre le ofrecia
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre si de esta manera:

«Esta leche, vendida,
en limpio me dará tanto dinero:
y con esta partida,
un canasto de huevos comprar quiero
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el pío-pío.

Del importe logrado
de tanto pollo, mercaré un cochíno:
con bellota, salvado,
berza y castaña, engordará sin tino:
tanto, que puede ser que yo consiga
el ver cómo le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
sacaré de él, sin duda, buen dinero:
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero
que salte y corra toda la campaña,
desde el monte cercano a la cabaña.»

Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! ¡Adiós, leche. dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero’

¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegria,
no sea que saltando de contento
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre tu cantarilla la esperanza.

No seas ambíciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivírás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el fin futuro:
mira que ni el presente está seguro.

SAMANIEGO

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