El lobo y la grulla
El pobre lobo tosía desesperadamente, mientras le resbalaban las lágrimas por el hocico, pero no lograba desalojar el hueso con que se habla atragantado.
-¡Socorro! -dijo con voz entrecortada y lastimera a la grulla de largo pescuezo que lo estaba observando-. ¡Socorro! ¡Tengo un hueso en la garganta!
Pero la grulla lo escudriñó con aire de testó la grulla desconfianza.
-¡Oh, socorro! -volvió a clamar el lobo con tono atormentado y tratando, en vano, de tomar aliento-. Te recompensaré bien si me sacas el hueso de la garganta.
Dada la promesa de una recompensa, la grulla cobró ánimos y, acercándose al lobo, metió la cabeza entre las mandíbulas de éste y con su largo pico puntiagUdo, le sacó el hueso, que estaba a muy abajo.
Jadeante, el lobo exclamó, con voz entrecortada:
-¡Oh, me siento mejor! ¡Cómo duele!
-¿Y la recompensa? -le recordó grulla, saltando sobre sus largas y delgadas patas. El lobo soltó la risa.
-¡Estúpido pájaro! -dijo con voz atronadora- ¡Ya has tenido tu recompensa! ¿No te basta con haber metido la cabeza en la boca de un lobo y haberla vuelto a sacar sana y salva?
-¡Pero te he hecho un favor!- protestó la grulla.
-¡Oh, no! ¡No me lo has hecho! -dijo el lobo-. Un favor no es un favor si se hace por una recompensa.
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