El lobo y el perro del granjero
La campiña relucía en el nevado crepúsculo, mientras el flaco lobo se arrastraba por la silenciosa alfombra que cubría el patio de la granja. Cómodamente acurrucado en su tibia covacha, el perro del granjero observaba con interés su merodeo en busca de la cena.
-¡Hola! -dijo, finalmente, cuando el lobo se acercó a husmear demasiado cerca del gallinero.
-¿Por qué tienes ese aspecto tan gordo y próspero? -preguntó el lobo, acercándose despaciosamente a la covacha- ¿De qué vives?
-¡Oh! Ahuyento a los ladrones -respondió el perro, dándose importancia-. Y, también, voy de caza con mi amo y cuido de sus hijos.
-Pero yo podría hacer todas esas cosas -replicó el hambriento lobo. -¡Seguro! Apuesto a que podrías -replicó el perro, con aire negligente.
Entonces, el lobo notó una marca que existía alrededor del cuello del can, en un lugar donde se veía pelado, casi hasta la piel.
-¿Qué demonios es eso? -preguntó, frunciendo el ceño.
-¡Oh! ¿Eso? -dijo el perro, con despreocupación- Es el sitio donde me roza el collar cuando me encadenan.
-Entonces -dijo el lobo, categóricamente-, puedes guardarte tu sustancioso empleo y tu cama caliente. Prefiero tener hambre y ser libre todos los días, a ser un esclavo bien alimentado.
Comentarios Facebook