El lobo y el cordero
El solitario lobo había estado sufriendo hambre y sed durante todo el día. Por fin, llegó a un arroyo y bebió ávidamente. Mientras lamía el agua límpida y fresca, se preguntó dónde y cuándo podría conseguir su cena, algo que lo llenara, pero, si era posible, que también fuese sabroso. Un par de conejos le servirían, desde luego; o quizá un pavo joven y gordo. Lo mejor habría sido un cordero, un cordero hermoso y tierno. Los finos labios del lobo se contrajeron vorazmente, con sólo pensarlo.
Un repentino ruido lo sobresaltó. Al mirar, le costó dar crédito a sus ojos, porque a unos pocos pasos estaba exactamente el alimento con que soñaba. El más incitante y delicioso de los corderitos que habría podido imaginar un lobo vadeaba inocentemente el arroyo, a tres o cuatro saltos de allí. Si el corderito lo hubiese mirado en ese instante y hubiera visto sus dos filas de brillantes dientes, quizá hasta hubiese podido creer que el lobo le sonreía.
Pero esto habría sido un lamentable ?error. Y un error que el cordero no cometió. Al oir las primeras palabras del lobo, empezó a temblar. No sabía que el lobo estaba allí.
-¡Ajá! ¡Miserable animalito! -gruñó el lobo-. Conque es eso lo que haces… ¿eh? Estás revolviendo y ensuciando el agua que quiero beber…
-¡Oh, no; de veras que no! -gimió el corderito, con su aguda vocecita-. ¿Cómo podría revolver el agua que bebes, si estoy tan lejos de ti?
-¡No discutas conmigo! -replicó con tono brusco el lobo-. Ahora, ya veo quién eres. Eres el malévolo animalito que dijo habladurías y desagradables mentiras sobre mí, hace un año.
Las delgadas patas del cordero temblaron, mientras trataba de responder. -¡Oh, no, señor! Usted debe estar equivocado ~replic6-. Yo no pude haber dicho esas cosas tan poco cordiales sobre usted, porque entonces aún no había nacido.
Los inexorables ojos del lobo se contrajeron y se acercó más al corderito.
-De nada te servirá balar estúpidas excusas -dijo con aspereza-. Si tú no mentiste sobre mí, fue tu indigno padre. De todos modos, la culpa la tiene tu familia.
-Pero, por favor, buen señor Lobo -continuó con voz lastimera el corderitos-. Supongo que usted no…
-¿Que no? -gritó el lobo, acercándose más aún-. Y, de cualquier modo…, ¿cómo te permites tratar de disuadirme para que no te emplee como cena?
Y después de decir estas palabras -porque un matón siempre usa cualquier pretexto para conseguir lo que quiere-, dio dos grandes saltos y, cayendo sobre el corderito, lo mató ínmediatamente.
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