¡Al lobo! ¡Al lobo!
En la voz del joven pastor resonaba el terror, cuando se precipitó al campo vecino.
-¡Al lobo! ¡Al lobo! -gritaba desesperadamente, agitando los brazos para llamar la atención de los hombres que trabajaban allí-. ¡Un lobo esta matando mis ovejas!
Pero todos se burlaron de él.
-¡Nos has engañado demasiadas veces! -dijo uno de ellos- ¡No abandonaremos nuestro trabajo, esta vez, para perseguir a tus lobos de mentirijillas!
-¡No! ¡No! -gritó implorante el pastor-. ¡Creedme, por favor! ¡Esta vez, el lobo ha venido de verdad!
-Es lo que nos dijiste la última vez.
También entonces aseguraste que estaba realmente allí -le recordaron los hombres, con buen humor- Vete ahora a cuidar de tus ovejas. ¡No conseguíras engañarnos de nuevo!
Por desgracia, esta vez el pobre pastorcito decía la verdad. El lobo había llegado y estaba matando a las indefensas ovejas, una por una. Estas balaban lastimeramente, como si pidieran a su amo que las salvara. Pero el pastor nada podía hacer solo, y aquellos hombres no querían creerle. Impresionado y dolorido porque no había podido conseguir ayuda para su rebaño, el pastorcito atravesó lentamente los campos, hacia el triste espectáculo de sus ovejas muertas.
Había mentido tantas veces, innecesariamente, que, cuando dijo la verdad, nadie lo había creído. Y tuvo que sufrir las consecuencias.
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