Una historia china
Hace muchos años vivía en China un joven llamado Mogo, que se ganaba la vida picando piedras en las calles, bajo el sol y la lluvia.
Resultaba muy duro su trabajo, pero Mogo era sano y fuerte: podría haber sido feliz. Sin embargo estaba muy disconforme con su suerte y no hacía más que quejarse de la mañana a la noche.
Su ángel guardián veía con pesar cómo su protegido despreciaba todo lo bueno que le había ofrendado el Señor y envidiaba a los que eran más que él: temía que el alma de Mogo se desfigurase y terminara por dañarse.
Por eso una noche que el picapedrero dormía el ángel extendió sus grandes alas blancas y se elevó hacia el Cielo. Se prosternó ante el Señor y le suplicó que concediera a Mogo la gracia de convertirse en un poderoso caballero, de manera que no tuviera que envidiar a nadie y salvar así su alma.
—Lo concedo —respondió el Señor—. Y de ahora en adelante Mogo tendrá todo lo que desee.
Al día siguiente Mogo estaba dedicado a su trabajo, cuando de pronto quedó envuelto en una nube de polvo levantada por un grupo de jinetes que escoltaban una litera en la que viajaba un noble, cuyo traje bordado en oro y piedras preciosas brillaba al sol.
Pasándose la mano por el rostro sudoroso y sucio, Mogo dijo con amargura:
—¿Por qué no seré noble yo también?
—¡Lo serás! —murmuró su ángel invisible con íntima alegría.
Y Mogo fue dueño de un palacio suntuoso y de tierras interminables, y tuvo servidores y caballos.
Acostumbraba salir todos los días con su impresionante cortejo para ver cómo la gente, sobre todo sus antiguos compañeros, se alineaba respetuosamente al borde de, la calle.
*
Una tarde de verano recorría la campiña con su escolta. El calor era insoportable, y bajo su sombrilla dorada Mogo sudaba ni más ni menos que cuando picaba piedras. Entonces pensó que en realidad no era el más poderoso del mundo: sobre él había príncipes y emperadores, y aún más alto que éstos estaba el sol, que no obedecía a nadie y era el rey del firmamento.
—¡Ay, ángel mío!, ¿por qué no seré el sol? —lamentóse Mogo. —¡Pues lo serás! —exclamó el ángel dulcemente, pero con gran tristeza ante tanta ambición. Y Mogo fue el sol, como era su deseo.
*
Mientras brillaba en el cielo en todo su esplendor, orgulloso de poder madurar las cosechas y las frutas en la tierra o de quemarlas a su antojo, un punto negro avanzaba hacia él.
La mancha oscura crecía mientras avanzaba. Resultó ser una nube grande que extendía sus negros velos ante el disco luminoso del sol. El astro rey lanzaba sus rayos más potentes contra la nube que lo ofuscaba, tratando de incendiarla. Pero las tinieblas se hicieron más intensas y descendió la noche.
—¡Ángel! —bramó Mogo— ¡La nube es más fuerte! ¡Quiero ser nube!
—¡Lo serás! —respondió el ángel.
*
Mogo, siendo nube, se desencadenó.
—¡Soy potente! —gritaba, oscureciendo el sol.
—¡Soy invencible! —tronaba, persiguiendo con ahínco las olas.
Pero en la costa desierta del océano se alzaba una roca inmensa de granito, anciana como el mundo.
A Mogo le pareció que la roca lo desafiaba y desencadenó una terrible tempestad. Las olas, enormes y furiosas, golpeaban contra la roca como si hubieran querido arrancarla de la costa para sumergirla en el seno del mar.
Pero, firme e impasible, allí estaba la roca.
—¡Ángel! —sollozaba Mogo— ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Quiero ser roca!
Y Mogo fue roca.
—¿Quién podrá ganarme ahora? —decía.
Una mañana, Mogo sintió un dolor agudo en sus raíces de piedra, y en seguida un desgarrón como si una parte de su cuerpo de granito se desprendiese de él. Luego sintió golpes sordos, insistentes, y más desgarrones… Loco de espanto, gritó:
—¡Alguien me está matando, ángel! ¡Yo quiero ser como él!
—¡Y lo serás! —exclamó el ángel llorando.
Y así fue como Mogo volvió a ser picapedrero.
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