La Fortuna y el pobre

Fortuna

La Fortuna y el pobre

Cuento ruso

Un mendigo harapiento se iba arrastrando de puerta en puerta. Llevaba en la espalda colgado un viejo zurrón y pedía en cada casa un mendrugo o unos centimitos para poder comer.

Murmuraba de su suerte, y no comprendía cómo hubiera hombres que, poseyendo grandes riquezas, no estuvieran todavía satisfechos.

—He aquí el dueño de esta casa, a quien bien conozco —se decía—. Fue siempre un buen comerciante y mucho tiempo atrás se hizo inmensamente rico. La cordura le aconsejaba que cesara en sus negocios. Podía haber traspasado el negocio a otro y haber vivido tranquilamente disfrutando de su fortuna.

Mas ¿qué es lo que realmente hizo? Se puso a construir naves y a enviarlas cargadas de mercancías hacia lejanos países. Ambicionaba acumular de esta manera montones de oro.

Mas se desencadenaron en el mar furiosas tempestades. Los buques naufragaron y sus riquezas fueron tragadas por las olas. Ahora las esperanzas del mercader yacen sepultadas en el fondo del mar y sus inmensos bienes se han desvanecido como un sueño.

Se dan muchos casos como éste. Hay hombres cuya ambición es insaciable, y no se contentarían ni siquiera poseyendo todo el oro del mundo. En cuanto a mi, con sólo tener lo suficiente para comer y vestir, quedaría satisfecho.

En aquel instante llegó por la calle la Fortuna. Vió al mendigo y se paró. En seguida dijo:

—Oye, hace tiempo que tengo pensado favorecerte. Abre el zurrón; voy a echar en él un poco deoro. Sólo te impongo una condición bien sencilla : todo lo que caiga en el zurrón será oro puro; pero toda moneda que caiga al suelo quedará convertida en polvo. ¿Me entiendes?

—Sí, sí; he comprendido dijo anhelante el pobre.

—Entonces mucho tiento —advirtió la Fortuna—. Tu zurrón es algo viejo y te aconsejo que no lo llenes demasiado.

EI mendigo se puso muy contento, y, sin perder un momento, abrió rápidamente el zurrón yen él vertió la Fortuna un chorro de amarillas monedas de oro. Pronto empezó a pesar el zurrón.

—¿Tienes bastante? preguntó, cerrando sus manos, su favorecedora.

—Todavía no.

—¿No empieza a romperse el zurrón? No temas.

Las manos del pobre empezaban a temblar. ¡Ah, si el chorro de oro manara siempre …, siempre!

—¡Eres ahora el hombre más rico del mundo!« le anunció la Fortuna.

—Un poquito más dijo el mendigo; añade sólo uno o dos puñados.

—¡Cuidado! mira que ya está lleno. Tu zurrón va a reventar.

¡Pero aun puede contener: un poco más, sólo un poquito más! —suplicó el insaciable ambicioso.

Se añadió una moneda más y el zurrón reventó. El tesoro cayó al suelo y al instante se convirtió en polvo. Lanzó entonces la Fortuna una carcajada y se desvaneció. El mendigo se quedó como antes, con su zurrón vacío, y aun éste completamente estropeado.

Comentarios Facebook

Etiquetado en: ,
Este sitio utiliza cookies. Conozca más sobre las cookies