El hilo rojo

El hilo rojo

El hilo rojo

Cuento de China

Érase una vez, en la China antigua, un alto funcionario llamado Wu quien, después de diez años de casado, no tenía ningún hijo.

Preocupado por el tema, el matrimonio acudió a todo tipo de sabios y medicinas milagrosas, pero ningún niño les nació.

Una noche, pensando en el problema, el funcionario no pudo dormir y se fue a pasear por el parque que estaba detrás de la casa, donde se veía la luna llena, tan redonda como un plato.

El hombre sintió un escalofrío al recibir al viento fuerte nocturno y decidió volver a casa cuando, de repente, entrevió una figura humana sentada en el fondo del parque.

El funcionario quiso asegurarse y se acercó; vio a un anciano que leía, con la espalda apoyada en un saco.

El libro era muy grande y la escritura parecía huellas de un insecto.

Lleno de curiosidad el funcionario Wu preguntó al viejo qué clase de libro era.

El anciano levantó la cabeza.

Tenía las mejillas rosadas a pesar de la gelidez invernal que le rodeaba.

Sonrió y le dijo:

—No lo vas a entender porque no es un libro mortal.

—¿Pues qué libro es? —preguntó el joven.

—Es un libro del Cielo, de los dioses.

Entonces el joven se dio cuenta de que tenía delante de él a un inmortal y le preguntó:

—Si usted es del otro mundo, ¿qué hace por aquí?

El anciano miró a su alrededor y contestó:

—Porque nos ocupamos de los hombres. Venimos a la Tierra a dar una vuelta de vez en cuanto, y en mí caso, lo suelo hacer en las noches de luna llena, ya que mí nombre oficial es Anciano de la Luna.

El funcionario, que cada vez sintió más curiosidad, decidió investigar todo lo que pudiera:

—¿Cuál es su ocupación?

—Me encargo de emparejar padres e hijos —contestó.

Encantado por aquella coincidencia, el joven quiso aprovechar la ocasión y le contó su desgracia. Al final dijo:

—Ayer el médico de la Corte le dio a mi esposa una bola condensada de hierbas eficientes. ¿Usted cree que dará resultado?

El anciano miró determinadamente en su libro durante mucho rato y luego contestó:

—No lo creo. Tu hija ya ha nacido, porque lo he escrito en mí libro. Tiene cinco meses y cuando tenga cuatro años, se reunirá con vosotros.

El joven se quedó perplejo y entonces se fijó en el saco en el que el anciano se apoyaba y le
preguntó:

—¿Qué lleva usted en el saco?

El anciano contestó:

—Hilos rojos para atar las muñecas de los padres y los hijos. Esto no se ve en la vida mortal, pero una vez están atados ya no pueden separarse. Están unidos desde que nacen y para nada cuenta la distancia que los separe o que sus familias sean enemigas, o su posición social. Tarde o temprano se unirán. He visto que tú y tu esposa ya estáis unidos a vuestra futura hija, así que no hay nada que hacer salvo esperar.

—¿Pero dónde está mí futura hija? ¿Qué hace su familia? —preguntó inquieto el funcionario.

—No está lejos de aquí. Es la niña que está con la verdulera del mercado del pueblo —contestó el anciano tranquilamente.

—¡Ja, ja, ja! ¡Qué tontería dice usted! Mi familia es noble y yo soy un alto funcionario de la Corte

¿Cómo voy a tener una hija de la vendedora de coles chinas?

Riéndose a carcajadas, el joven regresó a casa a dormir.

Pero al día siguiente cuando recordó lo que había ocurrido la noche anterior, el funcionario pensó:

“¿Y si fuera verdad lo que dijo el Anciano de la Luna?”

Muy inquieto, el funcionario mandó a su criado a ver si en el mercado realmente había tal verdulera y éste volvió a todo correr diciendo que sí estaba la vieja vendedora con un bebé en brazos vendiendo verduras en el mercado.

—Ambas iban vestidas con harapos —añadió el criado.

El joven funcionario sintió que la ternura se apoderaba de él y pensó: “¡Pobre criatura! Pero mi familia y mi posición social no me permite tenerla entre mis brazos.”

Entró en su estudio, sacó un collar de perlas de jade y se lo entregó a su criado:

—Dáselo a la vendedora para que compre ropa y comida a la niña. Dile que se vayan de allí, cuanto más lejos mejor.

Transcurrieron tres años y el matrimonio Wu continuaba sin tener hijos. Sin embargo trabajando en la Corte, las cosas le iban muy bien al funcionario.

Impresionado por su inteligencia y habilidad, el ministro le ofreció a una de sus hijas en adopción.

Era una niña hermosa y de buena cuna. El matrimonio aceptó con lágrimas en los ojos. Por la noche, antes de acostarla, Wu no se cansaba de jugar con su hija, pero de repente descubrió, en el cuello de la niña, el collar de las perlas de jade: “¡Pero sí es el collar que le di a la vendedora de verduras hace varios años! ¿Porqué lo lleva mi hija?”

Al día siguiente Wu se lo comentó al ministro y éste contestó:

—En realidad esta niña no es mi hija sino de mi hermano que murió, junto con su esposa, en una inundación hace unos cuatro años. Como yo estaba en una ciudad fronteriza cumpliendo mis deberes no pude cuidarme de ella en aquel momento. Se la llevó su nodriza que se había convertido en una vendedora de verduras al perder el trabajo en casa de mi hermano. Hace más de tres años un hombre bondadoso le dio ese collar de jade. La nodriza lo consideró un objeto de suerte, se lo colgó en el cuello de mi sobrina y le puso el nombre de Yu Er, la niña de Jade.

Al oír estas palabras, el funcionario Wu se quedó inmóvil como una piedra:

“¡Qué extraño es el destino!” — exclamó para sus adentros.

Corriendo fue a contar la historia a su esposa quien, después de tantos años de sufrimiento por no tener hijos, estaba encantada con su nueva hija.

Al saber la verdad, la mujer quiso conocer al Anciano de la Luna.

—Pero no es un ser mortal, no sabes cuándo vendrá a visitar la Tierra —dijo Wu.

La mujer insistía y acudió al parque todas las noches de la luna llena durante mucho tiempo hasta que una noche, cuando la luz de la luna llena alumbraba todo el parque como sí fuera de día, el Anciano apareció con su libro y su saco de hilos rojos.

La mujer se acercó a todo correr y le hizo una reverencia:

—Señor de mí alma, estoy tan agradecida por la niña que nos ha dado usted que no podría vivir tranquila sí no le diera las gracias personalmente.

—Mujer buena, levántate —sonrió el anciano—, veo que en tus ojos hay algo más que las gracias que me acabas de dar. ¿Qué más deseas?

—Es que —confesó la mujer— en este mundo hay muchas mujeres como yo que sufren la desgracia de no tener hijos, ¿por qué no las une a todas con su hilo rojo mágico con los niños sin familias?

—Mujer de corazón, el amor materno es el más grandioso de todo. ¡Tu deseo será cumplido!

Desde entonces, el matrimonio Wu con su hija vivieron felizmente. Y un par de años después la mujer del funcionario se quedó embarazada milagrosamente y dio luz a otra niña que se le llamaron Yin Er, la niña de plata.

Así las risas de Yu Er y Yin Er llenaron de alegría a la familia de Wu.

Y muchísimos años después en la capital del país apareció una casa que se llamaba CCAA o Casa China de Adopción y Acogimiento.

Se dice que el viejo Anciano de la Luna les dio los hilos rojos para que aten a las personas que quieran hijos a los niños que no tengan familia.

Liao Yanping
El hilo rojo
Barcelona, Maguregui, 2006

Comentarios Facebook

Este sitio utiliza cookies. Conozca más sobre las cookies