El congreso de los sabios tontos
Allá en lo más profundo e impenetrable de la selva. Allá donde ningún valiente explorador ha podido jamás llegar. Allá donde los animales tienen su remo…
Allá se celebró un congreso.
Habían sido llamados los sabios más afamados de toda la comarca.
Estaban el Mono con lentes gruesos, el Elefante cargado de años, la Lechuza de ojos grandes y la Jirafa muy sabia porque ve desde arriba todo lo que sucede.
El representante más sabio de cada especie animal había llegado hasta ese congreso.
(Me preguntarás: ¿Por qué se habían reunido tantos sabios animales? Lo habían hecho para discutir la manera de mejorar la vida de los animales que allí vivían.)
Cuando todos los sabios estuvieron reunidos, tomó la palabra el Mono sabio y su discurso fue así:
—Estimados colegas que habéis llegado desde todo el reino hasta este congreso, el más importante, porque yo estoy en él, representando a la conocida, respetada y admirada clase de Monos.
“Antes de hacer mi proposición, deseo señalar lo siguiente:
“Los árboles y las plantas son necesarios para la vida de los animales.
“¿Qué haríamos sin árboles? ¿Dónde vivirían los animales más inteligentes del reino que somos nosotros? ¿Por dónde podríamos viajar si no fuera por las ramas, y qué podríamos comer si no tuvieran frutos los árboles? Resumo diciendo que el árbol es uno de los mayores tesoros de la naturaleza.
“Es por ello que solicito a este congreso que se planten muchos árboles para que nosotros los Monos podamos vivir mejor. Es importante indicar que no vale la pena que los árboles tengan hojas, pues basta que tengan ramas para saltar de una a otra y frutos para comer.”
Terminó de hablar el Mono y todos prorrumpieron en grandes aplausos.
Cuando se hubo calmado algo el ruido, la Jirafa sabia pidió la palabra y con voz suave y profunda dijo así:
—Admirados colegas: Primero quiero felicitar al Mono sabio por su claro y brillante discurso. Debo agregar además que estoy de acuerdo con que se planten muchos árboles en nuestro reino, para el bien de todos sus animales.
“Sin embargo, aunque estimo muy justo que los árboles tengan ramas y frutos, creo que es muchísimo más importante que tengan hojas. Hojas que nosotras las Jirafas usamos como alimento. Por eso digo yo: Plantemos árboles con muchas hojas”.
—Más importantes son las ramas y los frutos —la interrumpió el Mono.
—Basta que tengan hojas —aseguró la Jirafa.
El Pájaro carpintero sabio, golpeando en su escritorio, toc-toc, los interrumpió así:
—Animales: en nombre de los Pájaros carpinteros, saludo a este congreso que se ha reunido para elevar las condiciones de vida de nuestro reino animal. Debo señalar, que la discusión que ha surgido no tiene razón de ser. Creo que es posible, y aún más, aconsejable, plantar como se ha propuesto, muchos árboles que tengan ramas, frutos y hojas para que así todos queden contentos.
Grandes aplausos indicaron lo acertado de este discurso.
Dando unos golpecitos, toc-toc, el Pájaro carpintero siguió diciendo:
—Lo importante en cualquier caso es que los árboles tengan unos troncos grandes, en donde los Pájaros carpinteros podamos golpear, toc-toc —y se calló.
Algunos asistentes aplaudieron. Entonces una Cabra sabia, saltando al centro de la reunión dijo así:
—Un momento. Muy de acuerdo en que no haya diferencias. Todos queremos una vida mejor. Deseo hacer una pequeña observación. De acuerdo en que haya ramas. De acuerdo en que haya frutos y hojas. Pero el tronco debe ser lo más corto posible para que nosotras las Cabras podamos alcanzar las hojas.
—Ustedes —y señaló a la Jirafa— pueden agachar la cabeza para comer. Nosotras no podemos alcanzar las hojas altas. Ustedes —y señaló al Pájaro carpintero— pueden pararse en el suelo a golpear el tronco. Y ustedes —y señaló ahora al Mono— pueden saltar por las ramas sin temor a golpearse muy fuerte si se caen al suelo.
—No estoy de acuerdo —dijo la Jirafa sabia— nos dolería mucho el cuello de tanto agacharnos.
—Yo tampoco estoy de acuerdo —dijo el Pájaro carpintero sabio— pues nuestras patitas no pueden estar en el suelo, necesitamos afirmarnos en el tronco.
—Y yo estoy en total desacuerdo —afirmó enojado el Mono sabio— en primer lugar no nos andamos cayendo de las ramas, y en segundo lugar no tiene ninguna gracia saltar tan cerca del suelo.
Empezaron a discutir entre los cuatro, hasta que un relincho los hizo callar. Era la Cebra sabia que, levantándose, dijo así:
—Colegas, colegas, me extraña mucho vuestra actitud. Estáis peleando por algo sin importancia. Quiero proponer que se ordene nuestra discusión, que se hagan primero todas las proposiciones, y luego que se discutan.
—Muy bien, muy bien —dijeron muchos animales sabios—. Así es como debe hacerse.
—Aprovecho entonces —continuó la Cebra— para hacer mi proposición que tiende a mejorar la vida de nuestro pueblo. Y la hago a nombre de los que vivimos en las praderas: mi proposición es que se corten muchos árboles para que la pradera sea más amplia y podamos correr libremente.
—¡Bravo, bravo! —gritaron entusiasmados todos los animales sabios de las praderas y estuvieron gritando un buen rato.
Los otros animales no aplaudieron.
—Quiero agregar todavía a mi proposición —añadió la Cebra— que se plante mucho pasto tierno, en estas praderas nuevas, para que nosotras las Cebras que vivimos en ellas podamos comer.
Ahora nadie aplaudió.
El León sabio, aprovechando el silencio, rugió así:
—Colegas sabios, pensando en el bienestar de nuestro reino, es que estoy de acuerdo con la segunda proposición hecha en este congreso por mi distinguido colega, la Cebra sabia —y miró a la Cebra, la que retrocedió levemente—. Sobre todo en vista de que nuestros colegas del bosque no han sido capaces de ponerse de acuerdo para solicitar algo definido.
Se oyeron algunos silbidos de desaprobación:
—Estamos de acuerdo en lo fundamental —gritó la Jirafa sabia.
—Claro que sí —reafirmaron varios animales.
Entonces rugió, más fuerte, el León sabio:
—Yo acepto la segunda proposición —y bajando la voz agregó— pero con una leve modificación: el pasto que se plante debe ser largo y seco para que los leones podamos ocultarnos al ir de caza.
—Corto y tierno —gritó la Cebra, pensando que se iba a quedar sin pasto para comer.
—Largo y seco —rugió el León.
—Corto y tierno —relinchó la Cebra y avanzó.
—Largo y seco —rugió avanzando el León.
—Nada de pastos, queremos árboles altos —gritó indignada la Jirafa—, ustedes se las pueden arreglar de cualquier otra manera.
—Eso es —la apoyó el Mono sabio— árboles con muchas ramas y frutos.
—No, no —insistió la Jirafa—. Nada de eso tampoco, sólo con hojas.
—Con un tronco grande —gritó el Pájaro carpintero.
—¡No, no! —rugió el León sabio—, haremos praderas con pasto alto y seco.
—Tierno —relinchó la Cebra.
Todos empezaron a gritar al mismo tiempo.
El Tigre, sabio y astuto, esperó que gritaran un rato y luego comenzó a hablar en voz baja. Todos se fueron callando para poder escucharlo. Entonces el Tigre habló así:
—Queridísimos colegas sabios. ¿Qué pasa que no podemos ponernos de acuerdo? ¿Si todos queremos lograr una vida mejor, por qué no armonizar las diferentes opiniones?
—Eso es lo que debe hacerse —respondieron varios animales sabios.
—Yo tengo la forma perfecta de hacerlo —continuó el Tigre con voz dulce—: Se trata de plantar algo que es largo y seco, pero que tiene unas hojas tiernas cerca del suelo, y también en lo alto. Sirve para balancearse y tiene un tronco con un agradable sabor dulce.
—¿Y qué es eso? —preguntaron varios asistentes.
—Muy sencillo —aclaró el Tigre sabio— es el bambú que crece en los cañaverales, en donde nosotros los Tigres, vivimos ¡tan cómodamente! ¿Por qué entonces no pueden hacerlo ustedes?
—No sirve, es muy tieso y no deja correr —gritaron el León y la Cebra.
—Las hojas son ásperas.
—El tronco es delgado.
—No tiene ramas.
Y nuevamente se pusieron todos a gritar, y ahora también gritaba el Tigre.
El presidente del congreso tuvo que suspender la sesión porque el León sabio se quería comer a la Cabra sabia. El Mono sabio tiraba de la cola al Tigre sabio. El Pájaro carpintero sabio hacía toc-toc en el cuello de la Jirafa sabia. Y la Cebra sabia pateaba en el suelo.
Todos pasaron a comer alguna cosa, y después del almuerzo se reanudó la sesión:
Se levantó el Camello sabio y su discurso fue así:
—Colegas —su voz era baja y profunda—. Esta mañana se han hecho dos proposiciones, y yo quiero ahora, para lograr el acuerdo unánime de este congreso, fundirlas en una sola que incluya todos los puntos de vista, para lograr así el verdadero progreso de nuestro reino.
“¿Por qué no hacemos una gran extensión de tierra, la que podríamos llenar con arena, y colocamos cada cierto trecho unos grandes oasis de pasto, otros de cañaverales, otros de árboles o arbustos?”
Se calló y todos los animales se quedaron pensando, no convencidos.
“Tendríamos que vivir con los pájaros carpinteros que hacen tanto ruido”, pensó la Jirafa.
“Tendríamos que vivir con las Cebras que se comerían toda nuestra comida”, pensó la Cabra.
“Tendríamos que vivir con los Leones que son más grandes que nosotros”, pensó el Tigre.
Iban a empezar a protestar, pero antes que pudieran decir nada, un gordo Hipopótamo sabio, más tonto que todos los otros sabios, resoplando dijo así:
—Bueno… bueno… eso de las islas con diferentes plantas… me parece muy bien… todos quedarían muy felices…
—Yo no he hablado de islas, colega —le corrigió el Camello sabio—, he dicho oasis… ¡Oasis!
El Hipopótamo sabio, que además era un poco sordo, continuó como si no hubiera oído al Camello sabio:
—Si… sí… eso de las islas me parece muy bien… porque en vez de perder tanto espacio con arenas… es preferible un hermoso y gran lago donde los Hipopótamos podamos echarnos… y le ponemos islas para los demás…
—He propuesto un desierto —le gritó el Camello sabio indignado.
—¡Tonterías…! —contestó el Hipopótamo resoplando— lo que hace falta es un lago…
—Un desierto.
—Un lago.
—Desierto.
—¡Lago!
Y hubieran seguido por un largo rato discutiendo, si Sapito sabio, muy asustado, no los hubiera interrumpido así:
—Es posible que podamos llegar a un término medio, para que todos mejoremos nuestras vidas: Hagamos un desierto cubierto por una delgada capa de agua. Como si fuera, por ejemplo, algo así como un pantano. ¡Son tan agradables los pantanos en donde nosotros vivimos, después de todo!
—Basta de absurdos —rugió el León— ¡necesitamos praderas!
—Lo que necesitamos son bosques —le corrigió el Mono sabio.
—Desiertos —gritó el Camello.
—Lagos —resopló el Hipopótamo.
—Pantanos —dijo el Sapito sabio, pero lo dijo tan calladito que nadie lo oyó.
—Praderas —gritó otro…
—Pastos tiernos.
—Desiertos.
—Bosques.
—Montañas, océanos, praderas, desiertos, selvas, hielos.
En fin, la batalla fue en ese momento indescriptible. Cada uno gritaba a voz en cuello su proposición, y se mezclaban los gritos, los rugidos, relinchos, berridos y aullidos en un alboroto tal, que nadie entendía nada.
Alejándose, el sabio Elefante, sabio y anciano, moviendo su trompa comentó:
—¡Que sabios más tontos éstos! Quieren arreglar su reino, pero cada uno piensa sólo en su propio beneficio.
—Así es —le contestó la sabia y anciana Tortuga que también se alejaba— todos hablan del bien común pero a nadie le interesa. Dudo mucho que puedan ponerse de acuerdo —y se fue caminando lentamente.
El sabio Elefante también se alejó, dejando a los tontos sabios que siguieran discutiendo.
Saúl Schkolnik
Cuentos ecológicos
Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1994
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