Con las ropas al revés
En las riberas del río Machuca me han pasado dos cosas asociadas con brujas. Andábamos mi sobrino, mi hermano y yo camaroneando. Si la luna sale tarde uno espera tipo 6 o 5:30 de la tarde con la carbura y uno lo que hace es no partir el camarón, uno se va con un cuchillo sin filo, le amolla el filo. El cuchillo se usa nada más para golpearlos, para que el camarón quede entero.
Nos vamos desde el puente y empezamos a subir el río. La luna se metía a las 4 de la mañana, ese día teníamos bastantes horas de tiempo de 6 de la tarde hasta las 4 de la mañana, y por aquí hay una poza que le llamaban el Playón, un lugar bastante tranquilo.
Cazando camarones uno anda estilando, con zapatos viejos. Como uno tiene que andar en las piedras de los ríos, llegamos al playoncillo y me dice mi hermano: “Descansemos un rato. Fumémonos un cigarro”. Nos sentamos como en un triángulo, los dos andábamos carburas. Mi sobrino era el encargado de recoger los camarones que quedaban en el agua bajita (que es donde se quiebra).
Estábamos descansando, se escuchaban aquel montón de grillos, se oyen ruidos de bichillos de monte que andan. De pronto le soplan a la carbura de mi hermanillo y la apagan, las carburas cuesta mucho apagarlas, es como un soplete. Le digo yo a mi hermanillo, no ve que nos están dejando sin luz, saquemos las candelas por aquello. Al ratito vuelven a soplar las carburas y las candelas y nos dejaron a oscuras.
Entonces yo le digo: “Mejor no encendamos nada y vámonos”. Como la piedra en la noche de ese río es blanca se ve bien en la oscuridad, uno no se pierde, ni se tropieza y es piedra grande. Prendimos en carrera, en contra de corriente. Salimos y escuchamos unas risas, eran como cinco viejas.
A carcajadas esas mujeres nos cerraron a pedradas. Era una guerra de piedras. Le digo yo “mi hermano, corra todo lo que pueda”. Nos fuimos por Desamparados y nos metimos por el farallón, Por ahí pasamos sin pensar en culebras ni en nada, y salimos a la calle. Yo soy el primero que sale a la calle y había una chancha pero grandísima, y se me viene a mí el animal encima a mordisco abierto. La cierro a machete y la chancha en un solo ronquido y un gruñido y yo volándole machete y no la pude pegar. Esa chancha era una de ellas (de las viejas de la quebrada). Si yo hubiera tenido en ese momento la idea de que eran brujas, me quito la camisa y se la tiro y se convierte.
Le digo yo a mi hermanillo: “Agarre usted la chancha mientras tanto. Vuélele machete mientras yo me cambio la ropa”. Ahí me quité la camisa y el pantalón y le di vuelta y me la puse al revés. Entonces la chancha comenzó a caminar para atrás, yo me le iba arrimando y la chancha se iba para atrás y les digo: “Cámbiense la ropa también ustedes”. Entonces la chancha lo que hizo fue que se brincó la cerca y cruzó la calle.
Debajo del otro puente del rio Machuca hay una quebrada que en ese tiempo era lindísima. Íbamos mi concuño, mi sobrino ese Walter, mi hermano y yo. Nos sentamos a esperar que amaneciera, a esa quebrada nosotros llegamos a la desembocadura a las 5:30 de la tarde. A las 6 de la tarde encendimos la carbura y desde que uno entraba a esa quebrada era matando camarón grandísimo con una tenazas larguísimas.
La cuestión es que serían las 8 de la noche cuando nos dice el concuño: “Ahorita llegamos al ranchón donde papá tenía un trapiche”. La cuestión es que comenzamos a alumbrar con la carbura hasta que encontramos el ranchón, solo se le veía la cúpula. Antes de pasar el rancho había un palo atravesado ya estaba sin cáscara porque llevaba tiempo de estar ahí, pero estaba seco y el agua le pasaba por debajo. Al pasar nosotros, el palo se mojó.
Ya pasamos el ranchón y seguimos y seguimos caminando como 3 o 4 horas. Después volvemos a pasar de nuevo por donde se encontraba el palo y le digo yo a mi concuño: “José, ¿sabés una cosa? Nosotros, no sé cuánto hace, pero nosotros ya pasamos por aquí”. Él me contesta: “¿Cómo se le ocurre?, nosotros ya vamos llegando a los estantes de arriba”. Yo le decía: “No, este palo está húmedo de cuando nosotros pasamos. Sigamos y vamos encandilando a ver si vemos el ranchón”. Vamos viendo el caballete y me dice: “German, vos tenés razón”, y le digo: “¿Sabe lo que pasa? Es que nos tienen perdidos”. Me dice: “¡Hombre!, no puede ser”. Encandilo yo el agua y en vez de ir contracorriente para arriba, caminábamos a favor de corriente.
Le digo “Vea. Nosotros vamos bajando, nos dieron vuelta”. Nos quedamos ahí y mi concuño era nerviosísimo y lo veo yo así, como sudando, y le digo de forma tranquila: “Aquí lo que hay que hacer es volverse la ropa al revés”. Nos volvimos la ropa al revés y como que nos durmieron un rato, o sea perdimos la noción del tiempo. Cuando nosotros volvimos en sí, estábamos sentados a la orilla del río en la desembocadura.
Informante: German Morales. (2012).
Fuente: Historias y Leyendas de San Mateo, UCR
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