Mitos de África

Mitos del África Negra

Mitos del África Negra

En los últimos tiempos han surgido numerosas reflexiones, estudios e informaciones, sobre el África negra. Parece como si existiera un acuerdo tácito para poner de moda a la negritud. Tal vez se trate, por otro lado, de hacer justicia, puesto que hasta épocas muy recientes apenas se había hablado de África, ya fuera por la dejadez de muchos investigadores, o porque apenas se sabía gran cosa de su historia y su cultura.

Sin embargo, en la actualidad, muchos historiadores y etnólogos nos hablan de África con verdadera pasión. Explican que para la mejor comprensión del mundo negro se hace necesario conocer sus aspectos geográficos y físicos, puesto que ambos inciden sustancialmente sobre lo histórico, y lo determinan.

Y así, interpretan el mundo africano de forma minuciosa y desde una perspectiva nueva hasta entonces -aunque acaso sus estudios y reflexiones puedan conducirles a una especie de determinismo geográfico-, e inédita, puesto que se concede prioridad al estudio, por ejemplo, de datos climáticos, orográficos e hidrográficos sobre consideraciones de tipo histórico. Todo lo cual conduce a la consideración del continente negro como un espacio cerrado, en el que sus pobladores rechazarían cualquier amago de influencia ajena a ellos; con lo que se hallarían abocados a cierta clase de impenetrable ostracismo étnico. No obstante, los distintos pueblos, y tribus, que se encontraban desperdigados por el territorio africano, ciertamente que tenían limitado su espacio por una especie de muro de arena que señalaba, de forma expeditiva, la frontera norte del África negra: se trataba del hoy célebre desierto del Sáhara.

MITOS Y LEYENDAS

Fronteras de arena

Pero, esto, no siempre fue así, puesto que esa franja desértica denominada «desierto del Sáhara», antaño era un verdadero vergel, pleno de abundante vegetación, con árboles y prados, y feraces llanuras y colinas. Mas ello sucedió hace ya seis mil años, cuando ya en otras zonas de África los primeros homínidos habían dejado grabados -en las paredes rocosas de las cuevas que usaban para guarecerse- signos mínimos cargados de simbolismo emblemático; y pinturas esquemáticas, cuyo valor como documento social, político, ritual y estético es incalculable.

Esa especie de jardín natural, que fue el actual desierto del Sáhara, quedó agostado por una gran sequía que tuvo su origen cuatro milenios antes de nuestra era. La gran desecación perduró por espacio de casi dos mil años, y las consecuencias directas de sus efectos están ahí, en esa enorme franja desierta que se extiende de occidente a oriente en la zona norte del continente africano y que, según algunos historiadores, constituye el límite que la propia naturaleza ha impuesto al mundo negro.

Ya en tiempos de las glaciaciones, a finales del período terciario -hace aproximadamente seiscientos mil años-, el territorio africano había sido lugar de residencia de los primeros homínidos. En algunas partes de su zona sur se han hallado, junto a útiles de piedras sin labrar y cantos rodados o eolitos, restos humanos de gran antigüedad. También se han conseguido datos y pruebas que han permitido, a los especialistas e investigadores, afirmar que aquellos primeros homínidos conocían el fuego. Esas zonas africanas están consideradas, en la actualidad, como centros de importantes hallazgos prehistóricos.

Una nueva tierra

Los pobladores de las zonas desérticas se extendieron, y emigraron, hacia el norte, el sur y el este. En su afán por buscar una nueva tierra en la que echar raíces, por así decirlo, se toparon con otras tribus que, desde épocas remotas, habitaban en las zonas tropicales del continente africano.

Ante la ausencia de pruebas fidedignas para catalogar con exactitud los distintos pueblos que se hallaban diseminados por tierras africanas, se han adelantado hipótesis que afirman que existieron tribus primitivas «paleo-negríticas» que practicaban la caza y conocían técnicas rudimentarias para trabajar la tierra; especialmente se esforzaban en lograr que le terreno pobre y yermo de zonas extremas y montañosas llegara a ser fértil y feraz. Para ello, contaban con el conocimiento del cultivo intensivo, mediante el que conseguían, además del total abastecimiento de todo tipo de productos hortícolas, algo más importante, a saber, la cohesión social necesaria para hacer posible el auge poblacional y, por ende, el asentamiento definitivo en una determinada zona; de este modo llegarían a la formación de núcleos o grupos sociales con una densidad de casi cincuenta habitantes por kilómetro cuadrado.

Pueblos y culturas

Algunos de estos grupos poblacionales ocuparon la región norte del territorio africano, lugar cercano a la ribera oriental del Nilo; tal es el caso de la tribu de los dogones, que se caracterizaba porque entre sus miembros y el propio entorno geográfico se estableció un vínculo tribal difícil de romper.

También, el grupo de los basari es otro de los denominados «pueblos desnudos» de África, los cuales se hallaban desperdigados por diferentes zonas. Su antigüedad se remonta a cerca de seis mil años y terminaron asentándose en Guinea. En la Costa de Marfil se establecieron los «lobis». Los «sombas» ocuparon la región de Togo. Y las tierras de Nigeria se vieron pobladas por tribus de «angus» y «fabis». Todos los grupos enumerados fueron conformando las grandes zonas étnicas de África.

Mas también en los territorios desérticos y en las zonas ecuatoriales se fueron asentando poblaciones de raigambre étnico como los «mandinga» y los «bambara». También los «yoruba», en unión de los «hausa» y los «ibos», se irían asentando por la zona de Nigeria hasta constituirse en la masa de población más rica de todo el continente africano.

Según todos los investigadores, las distintas tribus señaladas mantenían entre sí una clara diferenciación social, y otro tanto sucedía en el terreno político o religioso. La autonomía estaba garantizada, lo mismo que las costumbres milenarias de cada tribu y su idiosincrasia propia. La variedad de creencias, de historia, de leyendas y de mitos, que confluyen en las poblaciones reseñadas, hace que el continente africano se muestre atractivo e interesante en grado sumo. Si a todo ello se añade que fue en Nubia -territorio situado en el fértil, y maravilloso, valle del Nilo- en donde tuvo su origen una de las primeras civilizaciones del continente africano, que recibió precisamente el nombre de civilización de los nubios -en la actualidad casi toda la zona es territorio sudanés-, la cual provenía probablemente de Asia, puesto que el color de su piel era muy similar al de los pobladores de ese continente y, durante un milenio, mantuvo todo su esplendor.

El sur

La región situada más al sur del lugar de asentamiento de los egipcios era denominada por éstos con el nombre de «Kus» ; los nativos de esta zona tenían la pigmentación de su piel más oscura que los del norte, eran de raza negra. Habían establecido la capital de toda la región en una zona muy próxima a un enorme recoveco del río Nilo y, en su subsuelo, se hallaban las más fabulosas reservas de oro de todos los tiempos.

Esta capital recibió el nombre de Napata y tuvo dirigentes que la hicieron crecer en demasía, hasta el punto de que Egipto mismo fue sometido. Los márgenes del Nilo también fueron conquistados por los reyes de Napata. En aquel tiempo -hace casi tres mil años- toda la extensa ribera de ambos lados del Nilo estaba formada por valles y pastizales siempre fértiles; actualmente hay grandes zonas yermas y terrenos eriales.

La riqueza de la población de la zona del Kus -los «kusitas»- se vio incrementada por el descubrimiento, en el subsuelo más próximo a la ciudad de Napata, de gran cantidad de mineral de hierro. A todo ello habrá que añadir, además, las productivas transacciones de marfil que los pueblos limítrofes les suministraban.

Pero, este gran imperio «kusita» se hallaba sometido a la rapiña y al hurto de numerosas tribus nómadas. Ya desde el siglo III, antes de nuestra era, los ladrones esquilmaban las caravanas «kusitas» que transportaban oro y marfil por las rutas comerciales abiertas al efecto.

El resultado final es que el emperador del poderoso reino de «Axum», situado más al sur, en las cercanías de la meseta de Etiopía, someterá a todas las poblaciones del «Kus» y se apropiará de sus ricas minas de hierro y oro.

Artesanos y herreros

Todo lo antedicho ha servido para que algunos investigadores expresen, con contundencia, sus tesis favorables a la más que probable influencia de las grandes civilizaciones norte africanas sobre las culturas desarrolladas en el mundo negro, y sobre su estructura social. Algunos hallazgos relevantes vienen a avalar la tesis expuesta. Por ejemplo, se han encontrado perlas de cristal egipcio en áreas del territorio de Gabón, y también pequeñas representaciones y efigies del dios Osiris en zonas situadas al sur del río Zumbeze y en los territorios del oriente del Congo. Tal vez no suponga todo ello una prueba concluyente de la incidencia de la civilización egipcia en el mundo negro pero, sin embargo, sí que se abren expectativas por mor de las cuales puede afirmarse que en el campo artístico y técnico existió cierta relación; el caso más claro es la utilización, por ambos pueblos, de la técnica de la fundición con cera. No obstante, ya desde el año 3000 (a. C.), las tribus de la zona del Níger, por ejemplo, conocían la metalurgia del hierro y, desde épocas muy remotas, ya habían formado una especie de gremios, o sociedades, de herreros, que se constituían en castas y trabajaban el estaño y la metalurgia del hierro.

Zonas de refugio

Dos grupos étnicos, firmes exponentes de la negritud, se hace necesario destacar: los bantú y los negros sudaneses.

A pesar de ciertas diferencias, más bien debidas a determinados avatares históricos que a la voluntad de los protagonistas, ambas etnias mantienen su unidad cultural y lingüística. La raza bantú es originaria de los grandes lagos africanos y no se ha visto mezclada con otros grupos, tales como los beréberes islamizados, moros, o cualesquiera otros pueblos de raigambre islámico-semita.

Los bantúes se regían por monarcas que pretendían, en todos los casos, lograr la paz para su pueblo. Se les denominaba «kakabas» y la relación con el resto de la población, o con otros territorios circundantes, no se hacía directamente, sino que utilizaban tambores para comunicarse. También, según las proporciones del sonido, o las variaciones del ritmo de los tambores, se podía deducir el poder de los reyes bantúes. Los tambores -algunos tenían hasta dos metros de radio- se depositaban en el interior de lugares sagrados y templos. Quienes los custodiaban y se encargaban de hacerlos sonar formaban una casta privilegiada y eran muy considerados por las tribus y reinos de los grandes lagos. Actualmente, los bantúes se hallan asentados en la isla de Madagascar y, en opinión de etnólogos y geógrafos, deben considerarse «fuera del continente negro». Se considera a los pigmeos como descendientes de los primeros pobladores del continente africano. Permanecen en las «zonas de refugio, constituidas por extensas tierras selváticas, donde el agua de lluvia se mantiene en el mismo lugar sobre el que ha caído para, así, formar una inmensa selva virgen, una selva-esponja, saturada de agua, con los macizos espesos de árboles gigantes, con el monte embrollado, oscuro y silencioso, resistente a cualquier roturación, hostil al establecimiento humano e, incluso,a la circulación, salvo la que se hace por los ríos; región de vida precaria, aislada, basada en la pesca y en la caza».

Fuerzas poderosas

Recientes excavaciones han dejado al descubierto figuras de terracota -como las halladas en la zona de Nok (Nigeria)- cuya antigüedad se remonta a casi dos mil quinientos años. Algunas de estas estatuas están realizadas de tal modo que la cabeza es mucho mayor que el cuerpo; semejante desproporción era una característica de los artistas africanos y con ello querían dar a entender que no sólo representaban seres humanos sino que también su arte pretendía llamar la atención sobre cierta clase de significación simbólica, alejada de todo naturalismo.

En este sentido, el hallazgo de las denominadas «figuras de Jano» -llamadas así porque recuerdan a la deidad romana Jano, que aparecía representada con dos cabezas contrapuestas, puesto que personificaba la vigilancia y la custodia-, llevado a cabo en el valle de Taruga, es un claro ejemplo pleno de connotaciones míticas y emblemáticas. Además, algunas de las estatuas encontradas en la aldea de Nok representan, y simbolizan, a las fuerzas sobrenaturales y poderosas que aparecían relacionadas con la producción de alimentos y la satisfacción de las primeras necesidades.

Otros hallazgos, en los que aparecían hasta media docena de cabezas, de terracota, se han relacionado con la existencia de santuarios, templos o lugares de culto y rito, en los bosques considerados, por lo mismo, como sagrados.

Se afirma, además, que «la técnica de la fundición guarda cierta relación mítica y ritual con las figuras de terracota de los hornos del valle de Taruga».

Otro tanto acaece con el arte estatuario de Benin, que alcanzó su plenitud entre los siglos XI y XV de nuestra era. «En tal sentido las figuras de animales, como el leopardo, simbolizan el poder de sus reyes que, a veces, portaban máscaras realizadas en marfil, las cuales llevaban incrustadas, a su vez, pequeñas figurillas de los colonizadores europeos con el objeto de apropiarse de su saber y su inteligencia y, de este modo, no ser dominados por ellos».

Sagrada naturaleza

Los pueblos africanos tenían hacia los fenómenos naturales, hacia el Sol, la Luna,las estrellas, hacia las montañas, los ríos, mares y árboles, cierto respeto sacro. Todo estaba personificado y vivo -asimismo-; y, por doquier, surgían ídolos, fetiches, talismanes, brujos, hechiceros y magos.

El primitivismo de las leyendas de los pueblos de África meridional entronca con una especie de animismo, que les hace adorar a los árboles porque pensaban que, en un tiempo muy lejano, fueron sus antepasados. Lo mismo sucedía con los animales; con el añadido, además, de que se les asociaba con cierta clase de esoterismo que conducía a la creencia de que los muertos se aparecían a los vivos, precisamente, en forma de animales. El culto a los muertos se hallaba muy extendido, y se consideraba obligatorio hacerles ofrendas. De este modo, la muerte que siempre era tabú -es decir, algo que no debía ni mencionarse ni hablarse pues, de lo contrario, podrían sobrevenir terribles castigos a los infractores de tales preceptos-, adquiría una importancia capital entre los componentes de una determinada tribu y su modo de comportarse. Cuando alguien moría, todos los demás abandonaban el lugar de marras, para que la desgracia no les alcanzara como al finado. Son muy frecuentes, por lo demás, las leyendas sobre la muerte, y existen varios mitos, acerca del origen de tan tremendo mal, en algunas tribus africanas de la zona que estamos describiendo.

En el valle del río Níger, el fetichismo se halla muy extendido y, de entre sus pobladores, surgen muchos magos y hechiceros que son los encargados de dirigir el culto al ídolo y de ofrecerle los distintos sacrificios; también tienen el don de predecir el futuro y de pronunciar oráculos.

Mito de la creacion

Muchos pueblos africanos cuentan, también, con numerosas leyendas para explicar el origen de la especie y, al propio tiempo, han elaborado curiosos mitos sobre la creación del primer hombre y de la primera mujer. La narración de los hechos aparece repleta de inventiva y fantasía:

Hubo un tiempo en que el ser superior Mulukú -en las poblaciones centroafricanas, a la deidad suprema se la conocía con el nombre de Woka- se propuso hacer brotar, de la tierra misma, a la primera pareja de la que todos descendemos. Mulukú, que dominaba el oficio de la siembra o, por mejor decir, era el sembrador por excelencia, hizo dos agujeros en el suelo. De uno surgió una mujer, del otro surgió un hombre. Ambos gozaban de la simpatía y el cariño de su hacedor y, por lo mismo, decidió enseñarles todo lo relativo a la tierra y su cultivo. Les proveyó, además, de herramientas para cavar y mullir el suelo y para cortar, o podar, árboles secos, y para clavar estacas. Puso en sus manos semillas de mijo para sembrar en la tierra y, en fin, les mostró la manera de vivir por sí mismos, sin dependencia alguna de cualesquiera otras criaturas.

Sin embargo, cuenta la leyenda que la primera pareja de nuestra especie desatendió todos los consejos que la deidad les había dado y que, por lo mismo, abandonaron las tierras, las cuales terminaron convirtiéndose en eriales y campos yermos. Y, así, la primera pareja consumó su desobediencia, con lo que su hacedor los trastocó en monos. El mito -o, por mejor decir, la fábula-, relata que Mulukú montó en cólera y arrancó la cola de los monos para ponérsela a la especie humana. Al propio tiempo ordenó a los monos que fueran humanos y a los humanos que fueran monos; depositó en éstos su confianza, mientras que se la retiraba a los humanos. Y dijo a los monos: «Sed humanos». Y a los humanos: «Sed monos».

La cuna del «Australopithecus»

La figura de un padre protector y poderoso también aparece entre los pueblos africanos. Y, respecto a su cosmología, numerosas leyendas jalonan la propia idiosincrasia de las diferentes tribus. Todos los pobladores del África negra han creído que la tierra no tenía edad, y que existía desde siempre. Y, según opinión de muchos historiadores insuficientemente documentados, es decir, que basaban más sus asertos y conclusiones en fatuas declaraciones de eruditos pensadores, que en una labor de investigación y estudio personales, se ha llegado a decir que los africanos forman parte de los denominados «pueblos sin historia». Lo cual quiere decir que no han contribuido al desarrollo de la humanidad, ni mucho ni poco; y que entre los negros africanos ha sido desigual su evolución y, desde luego, ninguno ha creado una cultura autóctona que lo caracterice. Sin embargo, descubrimientos arqueológicos de gran importancia -entre otros el del primer homínido, conocido con el nombre de «australopithecus«, pues sus restos fueron hallados, hace poco más de medio siglo, concretamente en el año 1924, en la zona austral del continente africano-, así como el profundo estudio de las innumerables muestras de arte rupestre, que se encuentran en toda África, han llevado a reconsiderar los erróneos criterios que hasta hace muy poco se tenían del continente negro.

Nuestra propia historia

Hoy, por mor de las excavaciones, y estudios, que se llevan a cabo en toda África -muy especialmente en zonas que hasta el presente, no se sabe a causa de qué criterios, habían sido relegadas-, se han detectado pruebas suficientes para concluir que fue en este territorio en donde comenzó el proceso de hominización. En cualquier caso, los hallazgos de los especialistas e investigadores nos llevan a concluir que África fue uno de los más importantes focos de cultura pre homínida. Los eslabones de la cadena que nos une a nuestros más ancestrales antepasados, se encuentran en el continente negro. Otro factor a tener en cuenta, a la hora de enjuiciar el escaso avance de los estudios llevados a cabo en el continente negro, es aquel que se refiere a las condiciones adversas de su suelo; la acidez del suelo africano desgasta con prontitud todo vestigio, especialmente los restos fósiles. Sin embargo, hoy se sabe que fueron los primeros homínidos del continente africano quienes, debido a sus peculiaridades físicas y somáticas -por ejemplo su piel sin vello, su producción de melanina que les dará la adecuada pigmentación, su abundancia de glándulas sudoríparas, su cabello rizado, etc.-, iniciaron el denominado proceso de adaptación al medio, con el que comenzará, sin ninguna duda, la hominización propiamente dicha. La importancia de este proceso es capital pues, en un principio, el homínido se caracteriza por su actitud práctica, ya que primordialmente pretende construir toda una serie de artilugios que le llevan a dominar las técnicas de la pesca, la caza, la agricultura y la ganadería. Como para ello debe contar con herramientas diversas, se transformar en «homo faber» y «homo habilis«, de aquí a constituirse en nuestro seguro antepasado, el «homo sapiens«, apenas media una mínima distancia.

Costumbres ancestrales

El largo camino de la hominización no fue, sin embargo, tan lineal como pudiera parecer a primera vista. Muchos horrores, que el acceso de las civilizaciones iría corrigiendo, jalonaron el tiempo y el espacio históricos. Algunas de las tribus que pueblan los territorios del occidente africano conservaron, hasta épocas muy recientes, costumbres que muy poco tienen que ver con el programa social y político de otros grupos humanos.

A este respecto, el gran investigador Frazer, en su cualificada obra La Rama Dorada, se hace eco de las siguientes palabras que un misionero dejó escritas -cuando ya el siglo XIX tocaba a su fin- después de convivir con algunas tribus del África negra: «Entre las costumbres del país, una de las más curiosas es incuestionablemente la de juzgar y castigar al rey.Si él ha merecido el odio de su pueblo por excederse en sus derechos, uno de sus consejeros, sobre el que recae la obligación más pesada, requiere al príncipe para que se vaya a dormir, lo que significa sencillamente envenenarse y morir».

Al parecer, en el último momento, algunos monarcas no estaban dispuestos a quitarse la vida de un modo tan expeditivo, lo cual era interpretado por los súbditos más allegados como una falta de valor. Entonces, se recababa la ayuda de un amigo que en el instante supremo se encargaría de darle un último empujón, por así decirlo; lo importante era que el pueblo no llegara a enterarse de la falta de valor de su soberano. En cuanto al sujeto elegido para llevar a cabo tan abominable magnicidio, se loaba su predisposición y se agradecía el servicio prestado a su tribu.

Geniecillos y gigantes

La variedad de leyendas del África negra se debe a la diversidad de tribus que la habitan. En muchas poblaciones se tenía en gran estima todo el ancestro de sus antepasados y, aun cuando su territorio fuera invadido por otros pueblos de costumbres e ideas diferentes, nunca dejaron que sus ritos y mitos se perdieran. Tal es el caso de algunas tribus de pescadores y campesinos que moraban en las riberas del Níger, que vieron anegada su propia idiosincrasia por otros pueblos, especialmente musulmanes. Sin embargo, las creencias y la fuerza de sus mitos no perdieron apenas prestancia. Siguieron adorando a los espíritus y genios que moraban en la naturaleza, y a los que se hacía necesario aplacar, y mantener contentos, para que las cosechas no se agotaran y para que la pesca fuera abundante.

El aire, la tierra y el río, estaban plagados de espíritus -lo cual implica el concepto animista que de la naturaleza tenían los negros africanos-, a quienes se acudía, y se invocaba, cuando se necesitaba una ayuda superior. Había también ciertas leyendas en las que aparecía el polífago gigante Maka que, para satisfacer su voraz apetito, necesitaba devorar animales tan enormes como los hipopótamos; y cuando se disponía a saciar su sed, algunos de los lagos cercanos se veían seriamente mermados.

Ciudades bajo el agua

También había una hermosa mujer que aparecía plena de juventud y lozanía. Se llamaba Haraké, y su poder de atracción era tal que no se sabía si era diosa o si pertenecía a la especie de los humanos mortales. La leyenda más extendida afirmaba que Haraké tenía los cabellos tan transparentes como las propias aguas que le servían de morada. Al atardecer, la hermosa muchacha tenía por costumbre descansar al borde mismo del Níger, y esperar así hasta que llegara su amante. En cuanto éste se reunía con ella, ambos se adentraban en las profundidades de aquellas aguas encantadas y profundas; la muchacha llevaba al elegido en su corazón a través de maravillosos caminos que conducían a fastuosas y desconocidas ciudades. En sus espléndidos recintos, y entre el sonido del tantán y de los tambores, tendría lugar la ostentosa ceremonia que uniría a la feliz pareja para toda la vida.

Todas las narraciones de la fábula expuesta hacen hincapié en que fue Haraké quien condujo a su amante, y no viceversa. Con ello se quiere dar a entender que la mujer era muy respetada entre ciertas tribus del África negra. Sus privilegios provenían de su consideración como madre y esposa.

Aunque, al mismo tiempo, aparecen representaciones femeninas en actitud sumisa pero, si uno se fija en su rostro, observará cierta clase de serenidad que, al decir de investigadores y antropólogos, indicaba la importancia concedida a esa especie de mundo anímico, o vida interior, con que debía arroparse la mujer negra, so pena de poner en entredicho su condición femenina.

Mito de las dos luminarias

De entre las numerosas leyendas del continente africano sobresale la de los negros de Senegal, puesto que acaso sean los únicos que tienen una cosmología digna de tal nombre.

Sus fábulas muestran que las dos luminarias, es decir, tanto el Sol como la Luna, estaban ya consideradas como superiores a los demás astros. El mito cosmogónico pretende establecer las diferencias de ambos cuerpos astrales, y se propone explicar -de una manera muy simple, aunque cargada de connotaciones míticas y emblemáticas- las grandes diferencias entre la Luna y el Sol. El brillo,el calor y la luz que se desprenden del astro-rey impiden que seamos capaces de mirarlo fijamente. En cambio, a la Luna podemos contemplarla con insistencia sin que nuestros ojos sufran daño alguno. Ello es así porque, en cierta ocasión, estaban bañándose desnudas las madres de ambas luminarias. Mientras el Sol mantuvo una actitud cargada de pudor, y no dirigió su mirada ni un instante hacia la desnudez de su progenitura, la Luna, en cambio, no tuvo reparos en observar la desnudez de su antecesora. Después de salir del baño, le fue dicho al Sol: «Hijo mío, siempre me has respetado y deseo que la única, y poderosa deidad, te bendiga por ello. Tus ojos se apartaron de mí mientras me bañaba desnuda y, por ello, quiero que desde ahora, ningún ser vivo pueda mirarte a ti sin que su vista quede dañada».

Y a la Luna le fue dicho: «Hija mía, tú no me has respetado mientras me bañaba. Me has mirado fijamente, como si fuera un objeto brillante y, por ello, yo quiero que, a partir de ahora, todos los seres vivos puedan mirarte a ti sin que su vista que dañada ni se cansen sus ojos».

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