Poniéndole el cascabel al gato
Desde hacía mucho tiempo, los ratones que vivían en la cocina del granjero no tenían qué comer. Cada vez que asomaban la cabeza fuera de la cueva, el enorme gato gris se abalanzaba sobre ellos. Por fin, se sintieron demasiado asustados para aventurarse a salir, ni aun en busca de alimento, y su situación se hizo lamentable. Estaban flaquísimos y con la piel colgándoles sobre las costillas. El hambre iba a acabar con ellos. Había que hacer algo. Y convocaron una conferencia para decidir qué harían.
Se pronunciaron muchos discursos, pero la mayoría de ellos sólo fueron lamentos y acusaciones contra el gato, en vez de ofrecer soluciones al problema. Por fin, uno de les ratones más jóvenes propuso un brillante plan.
Colguemos un cascabel al cuello del gato -sugirió, meneando con excitación la cola-. Su sonido delatará su presencia y nos dará tiempo de ponernos a cubierto.
Los demás ratones vitorearon a su compañero, porque se trataba, a todas luces, de una idea excelente. Se sometió a votación y se decidió, por unanimidad, que eso sería lo que se haría. Pero cuando se hubo extinguido el estrépito de los aplausos, habló ei más viejo de los ratones, y por ser más viejo que todos los demás, sus opiniones se escuchaban siempre con respeto.
El plan es excelente -dijo-. Y me enorgullece pensar que se le ha ocurrido a este joven amigo que está aquí presente.
Al oírlo, el ratón joven frunció la nariz y se rascó la oreja, con aire confuso.
Pero… -continuó el ratón viejo-, ¿quién será el encargado de ponerle el cascabel al gato?
Al oír esto, los ratoncitos se quedaron repentinamente callados, muy callados, porque no podían contestar a aquella pregunta. Y corrieron de nuevo a sus cuevas-, hambrientos y tristes.
EL CONGRESO DE LOS RATONES
Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio,
que después de las aguas del diluvio
fue padre universal de todo gato
ha sido Miauragato
quien más sangrientamente
persiguió a la infeliz ratona gente.
Lo cierto es que obligada
de su persecución,la desdichada
en Ratópolis tuvo su congreso.
Propuso el elocuente Rosqueso
echarle un cascabel, y de esta suerte
al ruido escaparían de la muerte.
El proyecto aprobaron uno a uno.
¿Quién lo ha de ejecutar? Eso ninguno.
Yo soy corto de vista.» «Yo muy viejo.
«Yo gotoso», decían. El consejo
se acabó como muchos en el mundo.
Proponen un proyecto sin segundo.
Lo aprueban. Hacen otro. ¡Qué portento!
¿Pero la ejecución? ¡Ahí está el cuento!
Félix María Samaniego
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